La actual campaña electoral está signada por variables como el cocktail de apatía, enojo y desdén de la sociedad hacia la clase política que altera hasta niveles insospechados todas las estimaciones de las encuestas, y un debate que, un sector de la oposición y el kirchnerismo buscan instalar en función de un escenario de conflicto y violencia en las calles.
La interna entre Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich no deja de acaparar la principal atención. En medio de varias idas y vueltas -como la de sumar a Juan Schiaretti-, Larreta dio marcha atrás en su embestida contra Mauricio Macri porque le generaba el rechazo del macrismo. Había señalado que la gestión del expresidente había fracasado porque los cambios no perduraron en el tiempo a raíz de la falta de ampliación de la fenecida Cambiemos.
Macri parece haber entrado en una nube de dudas acerca de la conveniencia de blanquear públicamente su predilección por Bullrich. Un experimentado político, a quien suele escuchar con atención como a pocos, le planteó algunos escenarios críticos como qué pasaría si la interna la ganara Larreta, cómo quedaría su liderazgo, qué ocurriría si Patricia lo deja de lado y construye el bullrichismo, y cuál sería su blindaje en Comodoro Py. Por el momento, Macri viajó al exterior.
Bullrich, en tanto, salió la semana pasada con una clara estrategia de criticar con dureza y en tres oportunidades la gestión de su competidor. Cuando vinculó a los piquetes con la inacción de la Ciudad y a la parálisis del microcentro, o cuestionó la cantidad de clases por año, lo que fue desmentido por Soledad Acuña, la ministra de educación porteña. Surge la duda de por qué, si el bullrichismo acompañado por varias encuestas se autopercibe hoy como el cómodo triunfador de la interna, hay un empeño por criticar la gestión y aludir permanentemente a Larreta, incluso en el spot de campaña.
La ex ministra aseguró que el tiempo que viene no es para un buen administrador, ni para el diálogo, el consenso o la negociación. “El mejor plan del mundo va a tener que defenderse en las calles. Si no es todo, es nada”, advierte. Incluso en una reciente entrevista con Carlos Pagni, aseguró que entre diálogo y conflicto, prefiere el conflicto, porque el diálogo es una manera de sometimiento.
Entra en juego así lo que podría asemejarse con la Teoría del Conflicto, que aborda en distintos puntos de vista la manera en que el poder real -el sistema- trata de mantener su status y cómo el conflicto social puede ser motor de cambio.
El kirchnerismo recogió el guante y, vía el gobernador bonaerense Axel Kicillof, aseguró que “la derecha” opositora está dispuesta a “reprimir” y “asesinar gente” para llevar adelante un ajuste. Hasta el gobernador formoseño, Gildo Insfrán, habló de “derramamiento de sangre” en caso de un gobierno opositor. En el spot de campaña que culmina con la imagen de Sergio Massa y Agustín Rossi, asegura “la patria sos vos, vamos a defenderla”.
El kirchnerismo y el bullrichismo coinciden en que la disputa que viene será en las calles. ¿Oportunismo político o la anticipación de lo que se viene a partir del 11 de diciembre?
Ese contexto de confrontación a veces es propicio para la discusión sobre la mano dura como recurso claro para combatir la delincuencia, en lugar de un plan integral que comprenda no sólo el aspecto represivo sino el preventivo.
“La propuesta de mano dura es una de las grandes hipocresías de la dirigencia política. La propia dirigencia política con sus estrategias erráticas al fomentar el aumento de la delincuencia porque cada vez deteriora más el cuerpo social por la crisis económica, luego súbitamente intentar paliar esos errores que se cometen a través de la mano dura como una solución. Solución que, está demostrado en el mundo entero por los expertos internacionales que ha fracasado”, afirma uno de los principales especialistas en seguridad y criminólogo, Claudio Stampalija.
Un factor electoral que puede ser clave
La pelea entre Bullrich y Larreta; cuántos votos reunirá el kirchnerismo entre Sergio Massa y Juan Grabois; el enigma de la performance de Javier Milei; y cuáles serán los dos espacios que se perfilarán para concentrar la pelea de cara a la elección de octubre y, eventualmente, hacia un balotaje, son algunos de los interrogantes que serán develados en la noche de las PASO del 13 de agosto. Sin embargo, hay una causa que puede modificar cualquiera de los pronósticos: la asistencia del votante.
En las PASO del 2021 ya se había registrado una escasa concurrencia del 66%, frente al 76,4 de las primarias presidenciales del 2019 que terminaron consagrando a Alberto Fernández. Incluso en las PASO de las elecciones legislativas del 2017 la asistencia había arañado el 75%. Hay una clara merma del interés de votar que se viene acentuando en el tiempo.
Hasta ahora, en las 14 provincias en las que se votó para gobernador, la cantidad de votantes cayó cerca de 4 puntos. Pero se trata de elecciones, no de las primarias. Con lo cual no es de extrañar que ese nivel en agosto esté por debajo del 70%.
Una clara muestra de esta tendencia ha sido la provincia de Córdoba. En los recientes comicios que terminaron con la elección de Martín Llaryora para la gobernación, se dio el nivel más bajo de asistencia en los últimos 40 años con apenas el 68% del electorado que concurrió a las urnas. Además, de que el voto en blanco se ubicó en el tercer lugar con casi 5 puntos. ¿Será un adelanto de lo que ocurrirá a nivel nacional con menos asistencia y más voto en blanco? El enojo del electorado es palpable, no es necesaria ninguna ecuación matemática.
Se estima que cada mesa electoral tiene alrededor de 350 electores inscriptos. Pero en las PASO del 2021 votó el 70,61 por ciento del padrón, con boleta tradicional de papel. Por ende, si se repite ese número, este año deberían votar alrededor de 250 personas por mesa. Por eso algunos expertos electorales señalan es que es “muy probable” que haya más gente que vote por la categoría presidente que por jefe de gobierno, porque algunos simulacros que cronometran el tiempo que demora la doble votación señalan que será muy difícil de cumplir con el número de 250 personas por mesa.
La razón es menos compleja que el impacto: hay gente que probablemente no quiera hacer dos filas -por su situación física o porque son adultos mayores- y termine retirándose antes, sobre todo porque se trata de unas PASO y no de la elección en sí.
La palabra mágica para que una sociedad concurra entusiasmada a ejercer su derecho al voto, elija con convicción a un candidato, busque cambiar realidades o persiga el reemplazo de las élites políticas, es expectativa. Claramente, la dirigencia no la estaría generando.