Todavía resuenan las preguntas sobre la Argentina que unos 80 banqueros y representantes de las finanzas de Wall Street le formularon a Darío Epstein y Juan Nápoli la noche del jueves en la mansión de Gerardo Mato, ex ejecutivo de HSBC, en las afueras de Nueva York.
El listado de interrogantes para los enviados económicos de Javier Milei se inscribió dentro de la nube de incertidumbre sobre la aplicación de medidas en torno a la posible dolarización y el marco de gobernabilidad que podría alcanzar un gobierno del libertario en el caso de ganar las elecciones del 22 de octubre.
En esencia, aquel listado coincide con el cúmulo de dudas de muchos argentinos sobre las propuestas del libertario: ¿dolarización, cómo y cuando?, ¿cuál será el margen de gobernabilidad de una eventual gestión de Milei?, ¿qué capacidad tendrá para lograr la aprobación de sus proyectos en el Congreso?.
Y otros más económicos:¿qué harán con la deuda colocada en Leliqs?(los pasivos remunerados del Banco Central llegan a $ 19,6 billones que obligan a una emisión de $ 1,9 billones por mes), ¿podrán evitar otra hiperinflación?
En la semana, Javier Milei fue rotundo: la dolarización se hará al precio que tenga el dólar libre en el mercado que, en el momento del anuncio, era de $ 730.
Y agregó que por esa vía y logrando superávit fiscal y la imposibilidad del Estado para emitir pesos y asistir al Tesoro Nación, el Banco Central dejará de existir.
Es evidente que, hasta ahora, el candidato más votado en las PASO no abandona lo que aparece como el núcleo de su propuesta de política económica: terminar con el peso, dolarización absoluta de la economía y eliminación del Banco Central como un camino sin retorno para que los gobiernos argentinos no puedan llegar a pensar que, en algún momento, volverán a emitir dinero.
El entusiasmo dolarizador de Milei y sus asesores no reparan que en el Ecuador dolarizado el gobierno de Rafael Correa expandió el gasto público de manera pronunciada.
Ni tampoco en la posibilidad, entre muchas, de que las provincias, en caso de necesidad, puedan emitir cuasi monedas (ya se vivió la experiencia de los Patacones, Lecor, Lecop, etc) para cumplir con sus pagos.
En la visión de los libertarios, la dolarización todo lo podría superar y manteniendo la estabilidad. Salvo el detalle, claro, de tener que conseguir unos US$ 30.000 millones para hacerlo posible sin una híper o un ajuste de magnitudes siderales.
No es el caso de Carlos Rodríguez, asesor de Milei, que criticó el proyecto de Emilio Ocampo, encargado del plan dolarizador, diciendo que no se podría aplicar a corto plazo porque el Congreso no aprobaría el fideicomiso que proponen crear para usar como garantía para conseguir unos US$ 30.000 millones.
Esa idea del equipo de Milei propone tomar las letras de liquidez (leliqs) que están en el Banco Central y las acciones de empresas argentinas que están en el Fondo de Garantía de Sustentabilidad y armar un fideicomiso o dispositivo financiero en el exterior que sirva de aval a un préstamo de US$ 25/30.000 millones.
Una jugada más que audaz para un país con el nivel de deuda en dólares que ya tiene la Argentina y que se complementaría con la búsqueda de sacar a la luz una parte de los dólares que los argentinos tienen en «el colchón».
Según la estadística que se tome, el cálculo de dólares que los argentinos tienen ahorrados fuera del sistema financiero formal va desde los US$ 200.000 a los US$ 300.000 millones y Milei pretende que se incorporen a la economía formal.
Un boceto del proyecto de blanqueo y formalización de los dólares del colchón es a partir de la creación de una aplicación (app) que establezca un monto máximo a blanquear por un período determinado.
Un ejemplo sería poner un cupo de US$ 10.000 a blanquear sin pago de impuestos por el término de 60 días.
Si alguien desea blanquear US$ 3.000 podrá vender el cupo restante en el mercado secundario, pero solo en el término de las 72 horas para evitar, suponen, pools de compradores de cupo que permitan blanquear fortunas.
Desde ya que se trata de proyectos embrionarios y sólo bosquejados en un pizarrón, pero marcan el avance de las discusiones sobre qué hacer con el peso y qué hacer con el dólar en una economía que ya derrapó hace meses.