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Elecciones 2023: Las tres preguntas cruciales que desatan los nervios de Sergio Massa, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta y Javier Milei

«Se tomaban en joda que Juan iba a ser candidato. Pero acá estamos, entusiasmados y con la convicción de hacer valer cada voto. Cuanto más saquemos, más poder de condicionamiento tendremos”. La frase lleva el sello de uno de los dirigentes que caminó a la par de Juan Grabois durante los últimos 45 días. La pelea con Sergio Massa encuentra en el aire a Grabois y a su equipo: nunca imaginaron que podían estar compitiendo por la presidencia y peleando por el voto duro cristinista. Cuando se inscribió en la grilla, su postulación asomaba como marginal, casi testimonial, con una aspiración de votos muy menor, de uno o dos por ciento. Hoy el dirigente espera, de mínima, duplicar esa cifra. Y, si el viento a favor lo acompaña, quiere trepar lo más cerca posible de los dos dígitos.

No es mucho pero puede hacer ruido. Una buena performance de Grabois iría en detrimento de los intereses de Massa, que aspira a ser el candidato más votado a título individual para posicionarse rumbo a las elecciones generales del 22 de octubre y para conseguir algo de oxígeno ante un frente económico cada vez más complejo. Otro resultado lo podría dejar nocaut, no solo como aspirante a la sucesión de Alberto Fernández sino en su rol de superministro. En la práctica funciona como un presidente en las sombras. Un cargo por el que presionó, que obtuvo después de un período largo de resistencia de la dupla presidencial y que ahora podría transformarse en su condena de cara a los cuatro meses que le quedan de mandato.

Si el ministro es o no el más votado en las primarias pasó a ser una de las grandes incógnitas en las horas previas a la votación. Primero y con qué porcentaje de votos: Alberto superó el 47% en las PASO de 2019. Un fantasma recorre Tigre: que Grabois, ayudado por los militantes de La Cámpora que están enojados con el Gobierno y por el sector cristinista que no convalida su regreso al kirchnerismo, termine siendo una sorpresa y le quite votos clave que le impidan llegar a lo más alto de las placas de TV que se exhibirán por la noche.

Los últimos días no fueron fáciles en el búnker que comanda el estratega catalán Antoni Gutiérrez-Rubí. Las señales y el pedido expreso de voto de Cristina no llegaron, el clima político se enrareció y la inseguridad mostró su peor cara. Cristina, como es natural cuando suceden cosas de las que ella busca mostrarse ajena, desapareció de la escena.

Massa había apostado, cuando aún decía que no podía ser candidato por su incompatibilidad como responsable de la cartera económica, a que la lista oficialista llevara un solo nombre para no distraerse en una interna. Quizá tenía razón. Grabois hasta se arrogó el guiño de la jefa. “Cristina me va a votar a mí”, sentenció hace varias semanas. Acaba de repetir la frase en un programa partidario. “No lo puede decir, pero cuando entre al cuarto oscuro va a elegir mi boleta”, dijo. Nadie lo contradijo.

Massa no pareció reparar en lo que significaba tener un competidor en la noche del 23 de junio, cuando, tras una breve charla con la vicepresidenta, salió con el traje de presidenciable. Al principio se comportó como si ignorara que hubiera un rival, pero la espuma fue en ascenso. “Votar a Grabois es tirar el voto”, dijo la semana pasada Malena Galmarini. Las palabras de la titular de AySA y postulante a la intendencia de Tigre llevaban implícito un mensaje de preocupación. En el equipo de asesores de su marido se lo reprochan.

Cristina no ayuda para torcer esa presunta voluntad de un sector de su electorado, que la idolatra y que no se siente tan atraído por Massa. Desde hace 27 días, la vicepresidenta evita contacto público con su candidato. No eran lo que deseaban ni Massa ni Gutiérrez-Rubí. Tampoco Máximo Kirchner, que pidió en un acto la presencia de su madre.

La última vez que se mostraron juntos fue en una foto distribuida por ambos protagonistas en la que simulaban ser piloto y copiloto de un avión de Aerolíneas Argentinas. Desde entonces, solo se vieron puertas adentro y hablaron en reiteradas oportunidades por teléfono. Cristina está obsesionada con la suba del dólar paralelo. El viernes, pese a los operativos para intimidad a las cuevas de los últimos días, el blue cerró a 605 pesos, más del doble del que heredó Massa cuando asumió en agosto del año pasado. La brecha del dólar oficial con el que usan las empresas para operar pasó a ser más del 110%. El FMI sigue ese dato con inquietud.

¿Hasta dónde lo acompañará el kirchnerismo? Es obvio, como dicen los que transitan los despachos del poder en puntas de pie: dependerá del nivel de adhesión que reúna cuando se abran las urnas. Cuanto mejor sea la elección, más posibilidades de acompañamiento habrá. Una actuación no del todo feliz, quizás, obligue a Cristina a quedarse en Santa Cruz. Cuando a sus voceros se les pregunta por sus movimientos -desde si asistiría al acto de cierre, previo a la suspensión, hasta su participación en el búnker el día de los comicios-, la respuesta oscila entre emoticones y el silencio. Una versión del entorno cristinista dejó trascender que, salvo un milagro electoral, la vice regresará recién el lunes a Buenos Aires.

Tampoco Máximo Kirchner, temeroso por los sondeos que acumuló en su despacho, se desvive por dar muestras de amor. Dicen que tienen una excelente relación con el ministro, pero el diputado no quiere mostrarse ante la opinión pública. Acaso, para no contradecirse más. El acuerdo con el FMI lo puso de nuevo en una situación incómoda. Debe explicar por qué no acompañó a Martín Guzmán y sí lo hace ahora con Massa. Los pasos erráticos del hijo de los Kirchner lo convirtieron en una de las figuras más impopulares de la clase política, lo que es demasiado decir. Periodistas afines al kirchnerismo le preguntaron durante las últimas semanas si tenía ganas de dar algún mensaje electoral por radio o TV. No una entrevista, sino un simple mensaje. Máximo prefirió gambetear el convite.

Está por verse hasta dónde la oposición podrá aprovechar la crisis política y económica que rodea a Unión por la Patria. Es la segunda gran cuestión que se jugará esta noche. ¿Hacia dónde irán los votos de la principal fuerza anti-K? Horacio Rodríguez Larreta lució tranquilo en los últimos días. Transmitió que está arriba y habló de un electorado silencioso que no quiere gritos ni peleas ni apostar a la división del todo o nada. Hay que reconocerle la persistencia al jefe de Gobierno. No se aportó de su librito, ni aun cuando las encuestas le advirtieron que algo no andaba del todo bien. Rodríguez Larreta aspira a formar una coalición más amplia para, si le toca, gobernar con ayuda de un sector del peronismo no kirchnerista. Cree que es la única forma de garantizar y prolongar en el tiempo un cambio de rumbo.

También resultó persistente Patricia Bullrich, aunque con un discurso casi antagónico al de su adversario en Juntos por el Cambio. La ex ministra no quiere sentarse a negociar. Promete una serie de cambios rápidos, duros y sin concesiones sostenido solo en el respaldo de los propios. Larreta y Bullrich coinciden en que para reordenar la macroeconomía deben llevar el cuchillo hasta el fondo, pero no especificaron del todo cómo lo harán ni quién sería su ministro de Economía. Esta noche, quien resulte ganador, podría poner la economía en el centro del ring.

Javier Milei se diferenció de ambos y dijo que entraría a la Casa Rosada con una motosierra. El economista se muestra como un outsider, como el receptor de la bronca y de la angustia social. Su rol es el tercer enigma de hoy. Cristina lo catapultó como dueño de un tercio de los votantes. Si fuera así marcaría un contraste fuerte con lo que se vio en 2015 y 2019. En 2015 era Daniel Scioli o Mauricio Macri y cuatro años más tarde era Macri o Alberto Fernández. Sobre Milei pesan dos visiones: los que creen que se desinfló en las últimas semanas y quienes consideran que será la gran revelación de la elección. Si Milei diera un batacazo mañana podría temblar el mercado. El libertario hizo campaña subido a la dolarización y al cierre del Banco Central.

La elección asoma atiborrada por la inflación y el dólar y teñida por la sangre que se derramó en el Conurbano en los últimos días. Se produjeron cinco crímenes en solo 72 horas. Se habla de los últimos días, pero se trata, en verdad, de un fenómeno demasiado viejo y arraigado. Tampoco son nuevas las protestas sociales ni las tomas de calle ni los ataques a los edificios públicos, herencias que también tendrá que administrar quien quede hoy al tope de las predilecciones y quienes todavía mantengan mañana la ilusión de abrir la Casa Rosada el 10 de diciembre. 

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