El turismo de masas empieza a provocar en las grandes ciudades efectos parecidos a los de las plagas de langosta sobre los cultivos de cereales. El que lo practica no se da cuenta del daño que ocasiona. De hecho, está convencido de que, además de ayudar a la economía del país que visita, se lo pasa bien. Ha consumido tanto dinero y tantas energías en viajar a la otra punta del mundo que no tiene otro remedio que engañarse. De ahí que no pare. Si para, se deprime. En los concursos de la tele todo el mundo dice que quiere el dinero para viajar. ¿Con qué criterio? Con el de la lejanía. Cuanto más remoto sea el destino, mejor. Por eso Japón constituye un objetivo recurrente para los españoles y España una meta habitual para los japoneses.
-Pero si en España tenemos el museo del Prado y la Sagrada Familia y el Levante y Andalucía y la Cornisa Cantábrica -le dijo el otro día el presentador de un programa a un joven que se quería ir a Tailandia.
-Todo eso está muy a mano -respondió el concursante.
“Amé a quienes no quise y desamé a quien tuve”, decía Vicente Aleixandre en un verso memorable. Desamamos lo que se encuentra ahí mismo, a nuestro alcance, sin otro argumento que el de la proximidad. Nos movemos de forma compulsiva para salir de nosotros porque detestamos lo próximo. No deseamos llegar a Australia, sino abandonar nuestros pulmones. El problema es que, allá donde vamos, seguimos funcionando con nuestro aparato respiratorio y con el digestivo, que tolera mal las comidas picantes. Lo que de verdad nos colmaría es llevar a cabo un viaje astral, pero no hay agencias de viaje dedicadas a este maravilloso producto de consumo. La agencia de viajes, de existir, está dentro de ti. Enciérrate en tu dormitorio, túmbate en la cama, concéntrate, cierra los ojos e imagina que eres capaz de observarte desde el techo. Solo hay que tener paciencia, disciplina y un poco de delirio.
-Mucho delirio -protestarán algunos.
De acuerdo, pero no mucho más que el que nos empuja a elegir la agotadora India porque suena bien eso de haber visitado su pobreza. A veces, donde más lejos se encuentra uno de sí mismo es en su propia habitación. Pero hay en ella más peligros que en una cacería de elefantes.