El español se animó a bajar el póster del serbio. Porque se percibe la admiración que le tiene, pero a la hora de jugar, deportivamente hablando, le faltó totalmente el respeto. Y corrigió todo lo malo que vivió en Roland Garros.
El mundo del tenis y sus fanáticos no pueden estar más que agradecidos por estas casi cinco horas que se vivieron en la final de Wimbledon entre Carlos Alcaraz y Novak Djokovic. Se esperaba un partido intenso y disputado. Se sabía que iba a ser un duelo muy rico en todo sentido. Hasta los amantes de las estadísticas vivían una especie de éxtasis porque pasara lo que pasara este domingo en el Court Central del All England Club surgirían datos y números significativos con rachas que se cortan y récords que se instalan en los libros de historia.
Fue, sin dudas, una gran final. Hubo un campeón. En realidad, los dos son grandes campeones. Y mostraron, a su vez, por qué todos los campeones son distintos. Bastó con escuchar los discursos en la ceremonia de premiación para entender este concepto. Djokovic, sin ponerse colorado, le confesó a su rival que había imaginado que podría tener problemas en polvo de ladrillo o en cemento cuando se cruzara con él, pero que no esperaba tener complicaciones en el césped. Allí, tácitamente, ya estaba regalándole a Alcaraz un enorme elogio.
Por otro lado, la experiencia y la sabiduría de los años le permitieron a Djokovic entender que él había ganado finales apretadas que bien podría haber perdido y, sin embargo. se las terminó quedando. Lo aceptó y mostró que es un gran competidor. Y las lágrimas al ver a su hijo sonriente, fueron como una especie de espejo. Porque el gladiador, el luchador, estaba herido. Sintió que había perdido una batalla muy deseada, que había dejado pasar una nueva posibilidad de hacer historia, por sus propios descuidos.
Tuvo que tragar Nole la bronca de haberse convertido en un jugador normal o terrenal en el momento en el que tuvo esa enorme posibilidad de encarrilar el partido. Y, como decíamos, las lágrimas al ver a Stefan con esa sonrisa fresca y sin dramatizar, le permitieron entender que para su hijo, tal vez, ver a su papá compitiendo en un lugar como ese ya era todo un triunfo. Eran lágrimas de bronca, lágrimas de guerrero herido.
Los campeones son distintos al resto. Y no es una obviedad. Cuando uno ve a Alcaraz lo que ve es lo rápido que crece, lo rápido que madura. Es verdad que los campeones ya tienen una facilidad innata y traen cuestiones que vienen desde su genética, desde la cuna. Pero es cierto también que la capacidad de aprendizaje es tal vez lo que convierte a este tipo de jugadores en lo que son. Distintos.
No hay que irse muy atrás, solo apenas un puñado de semanas. En aquel viernes parisino, en aquella semifinal de Roland Garros contra Djokovic, Alcaraz empezó a tener problemas físicos como consecuencia de un mal manejo emocional y de una sobrecarga en cuanto a las presiones. Y quedó en una situación de enorme frustración. No pudo jugar como quiso porque fue esclavo de sus ansiedades y de sus miedos.
A uno le alcanzaría con ver en el último juego de este domingo para entender el nivel de maduración de Alcaraz desde aquella frustrante semifinal de Roland Garros a esta final de Wimbledon. Es un resumen que muestra cómo evolucionó para no volver a sufrir lo que padeció aquel día. Empezó apresurado y ejecutó un dropshot fallido. Uno pudo pensar que quiso escaparle a la presión de jugar el punto. Pero no. En los puntos subsiguientes no le escapó nunca a la selección de tiros. Eran tiros que requerían una enorme justeza, una enorme precisión. Y los ejecutó con una frialdad que dejó a Djokovic sin ningún tipo de posibilidades.
El serbio, del otro lado, debe haber imaginado que podía tener, como suele ocurrir y como los grandes jugadores esperan siempre que están en una situación de desventaja, que su rival dudara, que su rival mostrara inseguridad. Nada de eso ocurrió. Así Alcaraz consiguió uno de sus títulos soñados desde chico como Wimbledon. Del otro, Roland Garros, estuvo cerca y quedó en evidencia que ya sabe qué tiene que corregir para ir a la carga el año que viene.
Especial para Clarín.