Durante un período bastante largo de su vida, Molino Cañuelas no tuvo cimbronazos, salvo algún problema puntual al compás de la montaña rusa que caracteriza a nuestra economía.
Pero desde que en 2018 no pudo salir a la Bolsa de Nueva York, que había sido el camino elegido para buscar más capital y estirar una deuda que había tomado para modernizar sus 21 plantas operativas, las cosas comenzaron a no encajar.
La empresa solicitó su concurso de acreedores en julio de aquel año con una deuda de US$ 1.300 millones que lo convirtió en ese momento en el mayor de la historia argentina, hasta que apareció el de Vicentin con un pasivo de US$ 1.500 millones.
La convocatoria de acreedores se concretó en 2021 luego de la verificación de las deudas y a fin del próximo octubre arranca la negociación con sus principales acreedores, los bancos. La firma tratará de obtener el 66% imprescindible para aprobar el plan de pagos.
Son sus acreedores el Nación, Provincia, Ciudad y el HSBC,BICE, Galicia, Hipotecario, BBVA, Santander, Supervielle y Macro. Y tiene deudas con compañías como Cargill y la cooperativa ACA, entre otras, además de firmas extranjeras que le proveyeron equipos.
De momento funcionan sus diez molinos, las tres plantas industriales y ocupa a 3.000 empleados.
Durante el concurso, Molinos Cañuelas se puso en manos de Lazard para el acuerdo con los bancos que no se concretó. Planteaba extender el pago de la deuda a 10 años a una tasa del 6% anual en dólares. Se ignora cuál puede ser la nueva propuesta.
La compañía que aún es una de las líderes en alimentos dio sus primeros pasos cuando en 1931 la familia Navilli arrancó en la cordobesa Laboulaye y fue creciendo hasta que en 1974 llegó a Cañuelas y bautizó a la empresa como Molinos Cañuelas.
Están en el top ten en harinas, aceites, pastas secas, bizcochuelos, galletitas, productos panificables y tiene varias marcas con peso y rápida salida de las góndolas.