La posibilidad de tener una guerra de grandes dimensiones en Sudamérica es real y amenazante. Sin embargo, no tomamos consciencia de ese peligro, la cuestión no está en la tapa de los diarios ni se debate en los noticieros, como si no fuera a afectarnos.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, actúa según sus impulsos y totalmente fuera de la legalidad internacional. Insulta a Venezuela, luego dice que puede hablar con el presidente Nicolás Maduro, luego lo cataloga como narcoterrorista, después sí habla por teléfono con él, pero luego cierra de facto el espacio aéreo de Venezuela, y avisa que ahora va a invadir por tierra, y de paso también advierte a Colombia.
Todo esto se suma a la serie de asesinatos extrajudiciales de más de 80 personas, acusándolas sin pruebas de ser narcotraficantes, tanto en el Caribe como en el Pacífico. Y ahora Trump dice, sin ponerse colorado, que esos asesinatos hicieron que haya menos muertos por droga en Estados Unidos. Sería gracioso si no fuera tan trágico.
Desde hace tres meses, el Imperio estadounidense llenó de buques de guerra, aviones, helicópteros y marines el sur del Caribe, pero nadie parece inmutarse. Dicen que todo lo hace para llevar la paz y la democracia, pero la representante republicana María Elvira Salazar, de origen cubano, incurrió en un sincericidio al declarar al canal Bloomberg Bussiness: “Vamos a entrar a Venezuela, será un día de campo y un festín para las empresas petroleras estadounidenses. Estamos hablando de un billón de dólares, y debemos tener un pedazo de la torta”.
La amenaza imperialista de Estados Unidos.
Foto AFP
No es Trump, es el Imperio
Es cierto que Trump actúa impulsivamente y fuera de la ley, pero tampoco hay que caer en la ingenuidad de que es una excepcionalidad. Estados Unidos ya nació como país con vocación imperialista, desde sus padres fundadores y la Doctrina del Destino Manifiesto, que decía que ese país estaba por encima del resto de los países por voluntad divina. Luego vino la Doctrina Monroe (América para los americanos), la Doctrina de la Fruta Madura (Cuba, y todo el continente caería en sus manos por su propio peso), la Doctrina del Patio Trasero, la del Garrote y la Zanahoria y el Corolario Roosevelt (derecho a intervenir en cualquier país para defender los intereses estadounidenses). En 1912, el presidente estadounidense William Taft dijo, textualmente: “No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá, y la tercera en el Polo Sur. Todo el continente será nuestro, porque ya es nuestro moralmente”.
Y no solo lo dijeron y lo escribieron sobre papel, sino que lo hicieron. Concluyendo la primera mitad del siglo 19 le robaron a México el 60 por ciento de su territorio. Finalizando ese siglo se quedaron con Hawai, hasta entonces un reino independiente. Usaron una acción de falsa bandera para entrar en la guerra de independencia cubana y le arrebataron al viejo y vetusto Imperio Español no solo Cuba, sino también Puerto Rico, Guam y Las Filipinas. Apenas iniciado el siglo 20 diseccionaron el territorio colombiano para inventar un país y quedarse con el Canal de Panamá, y luego incurrieron en infinidad de intervenciones militares en Haití, República Dominicana, Nicaragua y Honduras. Pero después de la mitad del siglo, usaron otra estrategia: la CIA para propiciar todos los golpes de Estado y los genocidios en nuestro continente.
Frankin Delano Roosevelt llegó a decir de Anastasio Somoza, el dictador de Nicaragua: “Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y el supuestamente progresista John Kennedy fue el responsable de la Invasión de Bahía de Cochinos en Cuba y el que puso al mundo al borde de un conflicto nuclear por la Crisis de los Misiles. Después vendrían personajes como Richard Nixon, Henry Kissinger y Ronald Reagan. ¿Alguien se puede olvidar del bombardeo y ocupación de la isla de Granada en 1983 para derrocar al presidente Maurice Bishop? ¿O de la invasión de Panamá en 1989 dejando 3.000 civiles muertos en el barrio de El Chorrillo?
Por todo esto, no puede sorprender la actitud imperialista y agresiva de Estados Unidos para con Venezuela y Colombia, más allá de los modos grotestos y payasescos del Calígula de turno.
Una guerra como no conocemos
A pesar de vivir bajo la sombra del Imperio hemisférico, los latinoamericanos hemos logrado construir un territorio de paz. Ninguna persona viva ha conocido una gran guerra, como sí los habitantes de otros continentes. Porque un ataque de Estados Unidos a Venezuela y Colombia significaría una guerra enorme, sobre todo si Trump cumple con su amenaza de una invasión terrestre. Si bien podría ser un nuevo Vietnam para el Imperio, también hay que recordar que aquella guerra le costó cinco millones de muertos al heroico pueblo vietnamita. Y seguramente no queremos algo así para nuestra Patria Grande.
En Sudamérica, para encontrar una guerra de grandes dimensiones, tenemos que remontarnos a 1932 con la Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia (entre la Esso y la Shell), que dejó 100 mil muertos. Para encontrar una guerra que afectara a tanta gente como podría afectar esta, hay que ir hasta el siglo 19 con la Guerra del Pacífico, en la que Chile le arrebató la salida al mar a Bolivia y todo el sur al Perú, con lo que cambió totalmente el equilibrio geopolítico en la región. O hay que retrotraerse a la Guerra de la Triple Alianza, una guerra genocida y subimperialista de Argentina, Brasil y Uruguay contra el Paraguay.
La posibilidad de tener una guerra de grandes dimensiones en Sudamérica es real y amenazante. Lamentablemente es una amenaza real. Tomar conciencia es imperioso.
