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Radiohead renace en Madrid con un apoteósico concierto entre el rock épico y la rave desatada

En el centro de la pista, una enorme jaula completamente negra de unos 20 metros de altura y sonando, un zumbido constante sobre base tecno, un piano desquiciado o electrónica atronadora con bocinas. Los momentos previos al concierto de Radiohead este martes en Madrid, el primero de su vuelta a la vida y a los escenarios después de siete años en silencio, tenía bastante de fiesta oscura y desquiciante. Como si al público le hubieran convocado para presenciar en directo el apocalipsis. Pero fue en su lugar un deslumbrante renacer lo que se pudo ver esta noche de martes en el Movistar Arena.

Arrancaron con el punteo glorioso de Let Down en las manos de Johnny Greenwood y la voz de Thom Yorke zigzagueando en ese precioso fraseo melancólico, con sus imágenes gigantes proyectadas en la celosía en un rojo algo desvaído que recordaba a las huellas de calor. Dentro, encerrados y en círculo, los cinco músicos de siempre rotando entre un sinfín de instrumentos y un percusionista extra fabricando todo tipo de sonidos, de las guitarras atronadoras de 2+2=5 a las bases electrónicas brutales de Sit Down Stand Up pespunteadas por un vibráfono. No había terminado esa tercera canción y la pista ya era una rave, con Yorke sacudiendo su melena de ermitaño como si se hubiera escapado de Sirat.

Si el cantante se sentaba a veces al piano, Greenwod iba probando un poco de todo. En Bloom, otra descarga rítmica casi tribal, el compositor de exquisitas bandas sonoras enloquecía con los tambores. Por momentos, a lo largo del concierto, Radiohead volvía a ser lo que lleva 25 años, desde que publicaron Kid A, sin querer ser: una banda de rock. Pasó con Lucky, en la que Yorke retomó su canto ondulante para acercarse a la épica rockera más evidente. Pero enseguida volvía la rave, con el cantante contoneándose mientras tocaba un pequeño órgano de mano en Ful Stop.

No se quitaría el diablo del cuerpo en todo el concierto.

A lo largo de dos horas de show, recorrieron una carrera en la que han hecho de todo. Sonaron baladones gigantes, de los que componían en sus primeros años: No Surprises de Ok Computer, el álbum que les convirtió en la aristocracia musical que son, o FakePlasticTrees, uno de los tesoros de TheBends. De Kid A sonaron entre otras la fiesta cañera que es Idioteque y Everything In Its Right Place, la canción que lo cambió todo y que marcó su acercamiento a la electrónica con toques de jazz.

En dos horas de concierto no hubo ni una sola palabra, ni una, para el público. La polémica sobre las medias tintas de la banda con el tema de Palestina no llegó a asomar ni en ellos ni entre quienes les veían. Era como si, más allá de las canciones, la comunicación verbal y los problemas del mundo se hubieran quedado fuera, apartados por un espectáculo arrollador en el que toda la comunicación se produce por la música, por el ritmo, por el gesto y el baile. Por el deslumbrante despliegue sonoro que la banda británica es capaz de desplegar en directo, y que aquí concluyó con un himno eterno como Karma Police. Ese prodigioso combinado de experimentación y dominio melódico es el que les ha situado en la aristocracia de la música mundial y, visto lo visto en Madrid, en ese podium tienen plaza para rato.

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