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Antonio Rivero Taravillo entre Irlanda y el cielo

Esto es terrible, la vida es terrible: somos corazones en la oscuridad. Uno de los más brillantes, anchos y luminosos que he conocido es el de Antonio Rivero Taravillo. Un hombre de letras: poeta, traductor, novelista, ensayista, biógrafo, estudioso, amante de los nombres y los rostros, las canciones gaélicas, cernudiano hasta el alma bajo este último cielo de septiembre que ahora es irlandés y sevillano. Porque el cuerpo y los ojos, y la disposición de Antonio hacia la vida son los de un sevillano que ha nacido en Irlanda, son los de un irlandés que ahora ha muerto en Sevilla. Cuando quedábamos para comer por la Plaza Nueva, casi siempre acabábamos tomándonos unas pintas de Guinness en un pub irlandés. Era otro tiempo: hacía poco que había publicado su traducción de la poesía completa de William Butler Yeats y estaba empezando su revista Estación Poesía, por la que hemos pasado todos. Hoy estoy comiendo con mi tía Carmen en Madrid cuando me escribe Nacho Guijarro, hombre de Scott Fitzgerald y de Gatsby como Antonio lo era de Joyce y el Ulises, para decirme que Antonio ha muerto, y pienso en el absurdo tremendo que es vivir, pero también en los dones que conlleva. Pienso en el privilegio que ha sido ser amigo de Antonio, que me publicó un poema sobre mi tía, de la que me acabo de despedir, en aquella misma revista que entonces comenzaba. Pienso en su traducción de Yeats, en su novela 1922, en sus artículos sobre todos nosotros y en las veces que también yo he escrito sobre él. Pienso en esta vida que se entiende, en realidad, en pocas ocasiones, y en una frase de Robert Redford que estos días me acompaña: que la vida es tristeza, con algunos momentos de felicidad. Algunos de esos momentos los he vivido con Antonio Rivero Taravillo, que más que un hombre de letras, con todos sus volúmenes de poemas, sus ensayos, sus traducciones, sus artículos y sus textos futuros, era una literatura en pie.

Acababa de publicar una biografía de Álvaro Cunqueiro, que será muy buena como todo lo de Antonio. Pero su gran obra en prosa es, seguramente, sus dos tomos con la biografía de Luis Cernuda. Me dice Eva Díaz Pérez por teléfono que Antonio ha muerto sin poder ver la Casa Cernuda terminada, pero yo ahora decido que la Casa Cernuda es esos dos tomos, biografía con fuerza de novela, que publicó Antonio. En mis dos años al frente de Cosmopoética vino Antonio a hablar de Yeats y de Cernuda: era otra época, que ahora sigue en sus libros y en las vidas que han venido a llevarse la literatura por delante.

Son muchos los amigos compartidos y los brindis de fuego. La literatura verdadera, dentro y fuera de los libros, era la que vivía, leía y escribía Antonio Rivero Taravillo.

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