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Los momentos mágicos del Mundial de Tokio… en 1991

Hace 24 años, los Mundiales de Atletismo se disputaban cada cuatro años. Tokio tomó el testigo de Roma’87 y organizó en 1991 una de las mejores ediciones de la historia, con el italiano Primo Nebiolo como presidente de la IAAF (ahora World Athletics). Después llegarían el difunto corrupto senegalés Lamine Diack y su sucesor, el nefasto británico Sebastián Coe, a cual peor de los dos.

Los terceros Mundiales al aire libre se disputaron en el Estadio Olímpico de la capital de Japón, mientras que los actuales tendrán lugar en el Estadio Nacional que se construyó ex profeso para los Juegos Olímpicos de 2020 que tuvieron finalmente lugar un año después por la pandemia de covid.

Pero… ¿qué sucedió en el tartán al otro lado del Santuario Meiji, muy cerca de Shinjuku y del ‘barrio rojo’ Kabukicho? Recordemos aquella cita antes de que Tokio se convierta en la segunda ciudad bimundialista tras Helsinki (1983 y 2005). Pekín también se unirá a este selecto grupo, ya que repetirá en 2027 tras acogerlos en 2013 (el murciano Miguel Ángel López ganó en 20 km marcha).

Carl Lewis, el ‘hijo del viento’

Tokio era la primera gran cita atlética tras el escándalo vivido en los Juegos de Seúl con el positivo de Ben Johnson, quien se había impuesto con unos colosales 9.79 (récord mundial anulado) y acabó siendo descalificado por dopaje. El título fue a parar a Carl Lewis con 9.92, quien también sería oro en longitud, en 4×100 y plata en 200.

Carl Lewis, oro y récord mundial en 100 metros / WORLD ATHLETICS

Sin el canadiense y con el futuro ‘rey’ de la velocidad Usain Bolt celebrando su quinto cumpleaños en plena infancia, el hectómetro se antojaba una batalla entre estadounidenses y así fue, ya que el país norteamericano copó el podio en una final con seis atletas por debajo de 10 segundos.

Fiel a su estilo, Carl Lewis salió mal y era quinto a 30 metros de la meta. A partir de ese momento y cuando todos los finalistas corrían erguidos, el ‘Hijo del Viento’ impuso su prodigiosa resistencia a la caída de la velocidad y reinó con récord mundial (9.86), dos centésimas menos que su compañero de club en el Santa Mónica californiano, Leroy Burell, y cinco más rápido que Dennis Mitchell.

Un Powell – Lewis para la historia

La final masculina de longitud de los Mundiales de 1991 fue uno de los mayores espectáculos de la historia del atletismo, con dos atletas rozando la barrera de los nueve metros que se sigue resistiendo, por mucho que algunos aseguren que el cubano Iván Pedroso la superó alguna vez en entrenamientos.

Carl Lewis llevaba toda su vida soñando con superar el récord mundial que ostentaba su compatriota Bob Beamon desde aquella extraña noche en los Juegos Olímpicos de México en 1968, cuando saltó 8,90 metros y superó ¡por 55 centímetros! la anterior plusmarca que compartían el soviético Igor Ter-Ovanesyan y el estadounidense Ralph Boston con 8,35.

El de Birmingham (Alabama) brilló en la clasificación con 8,56, Mike Powell fue cuarto con 8,19 y el soviético Robert Emmiyan se quedó fuera por un centímetro (en 1987 había saltado 8,86 en altitud). Lewis empezó con 8,68 y en el segundo se fue a 8,91… anulado por un viento de +2,8 m/s. Además, Mike Powell saltó 8,95 en el sexto, batió el récord mundial y le arrebató el oro.

Krabbe, la reina de la velocidad

Las europeas coparon los seis primeros oros de la velocidad en los Mundiales. La alemana Silke Gladisch-Möller logró el primer ‘doblete en Roma’87 (10.90 en 100 y 21.74 en 200). Cuatro años antes, la alemana del Este Marlies Göhr fue oro en 100 (10.97) y su compatriota Marita Koch reinó en 200 (22.13). Eran años de dudas con atletas ‘sospechosas’, como la discóbola Gabriele Reinsch (76,80).

Katrin Krabbe, en el podio en los Mundiales de 1991 / INSTAGRAM

Nada que ver con la estilizada Katrin Krabbe, que superaba el 1,80 de altura y ya había causado sensación en 1990 con tres oros en los Europeos de Split. Con gran superioridad se impuso en 100 con 10.89 (seguida con 11.10 por su compatriota Gladisch-Möller), en 200 con 21.95 por delante de la prodigiosa saltadora de longitud alemana Heike Dreschler (22.19) y en 4×100 con 41.68.

Un Mundial es otra cosa, pero no para ella. Krabbe pasó a la final de 100 con el tercer tiempo (10.94) y se impuso con 10.99 a dos rivales que habían sido mejores en ‘semis’, la estadounidense Gwen Torrence (11.03) y la jamaicana Merlene Ottey (11.06). Tres días después, repitió en 200 con 22.09 por delante de Torrence (22.16) y de Ottey (22.21). Y fue bronce en 4×100 y… ¡en 4×400!

Bronce de Sandra Myers

Nacida en el pequeñísimo Little River (apenas 600 habitantes), Sandra Myers se lanzó a la aventura de los incipientes 400 vallas femeninos a comienzos de los 80 (no fue olímpica hasta Los Ángeles’84) y fue quinta en la Copa del Mundo de 1981, pero una lesión en el pie se sumó a otras sufridas en los años anteriores y se vio obligada a pasar página con el atletismo.

Sandra Myers hizo historia en Tokio / RFEA

Su vida cambió en 1984 en unas vacaciones en España tras la muerte de su madre, cuando conoció a su novio y posterior entrenador Javier Echarri. No volvió a su país y, tras pensárselo mucho, volvió al atletismo como española y se centró en el liso, de los 100 hasta su mejor prueba, a los 400. Batió todos los récords de España que intentó.

La ‘Española de Kansas’ obtuvo la nacionalidad el 22 de diciembre de 1987 y cuatro años después logró en Tokio la primera medalla femenina de pista para España en un Mundial con 49.78, seguida de cerca por la soviética Olga Bryzgina (49.82). Le ganaron dos emblemas, la francesa Marie-José Pérec (49.13) y la alemana Grit Breuer (49.42).

Espectáculo en la longitud femenina

La longitud femenina no vive su mejor momento desde hace años. Por poner ejemplos cercanos, en los Juegos de Tokio 2020 tan solo saltó siete metros la alemana Malaika Mihambo (7,00), en el Mundial de Budapest’23 la estadounidense Tara Davis-Woodhall fue plata con 6,91 y la italiana Larissa Iapichino reinó en los Europeos Indoor de Apeldoorn’25 con 6,94.

Jackie Joyner-Kersee, un mito del atletismo / USATF

Pasar de siete metros se ha convertido ahora en una excepcionalidad al alcance de muy pocas, a diferencia de lo que sucedía el siglo pasado cuando las grandes figuras competían casi siempre por encima de los 700 centímetros. Mención especial para lo sucedido hace 24 años en Tokio, cuando la soviética Yelena Sinkulova se quedó sin medalla pese a acreditar 7,04.

Sin olvidar los prodigiosos 7,36 de la estadounidense Jackie Joyner-Kersee en Roma’87, la de Tokio fue una de las mejores finales femeninas en saltos horizontales. La todavía ‘recordwoman’ mundial de heptatlón optó por la longitud tras su ‘doblete’ romano y venció con los 7,32 de su primer salto, tres centímetros más que Dreschler (7,29) y con la soviética Larissa Berezhna bronce con 7,11.

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