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Groenlandia y Canadá en la mira de Trump

Por Mariano Saravia
Magister en Relaciones Internacionales

En vísperas de asumir su segunda presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump agitó la comunidad internacional con amenazas más propias de un matón de esquina que de un gobernante, y más propias del siglo 19 que del siglo 21. Concretamente alertó sobre la posibilidad de apropiarse de Groenlandia y Canadá.

En esta columna de El Diario de Carlos Paz, ya informamos sobre los dichos del próximo presidente y las reacciones en cada país (https://www.eldiariodecarlospaz.com.ar/informes-especiales/2025/1/4/imperio-recargado-223804.html). Ahora daremos un repaso por los tres lugares en cuestión, y sus controvertidas relaciones con Estados Unidos.

Groenlandia, no tan grande

Uno de los objetivos que tiene entre ceja y ceja Trump es Groenlandia, ya lo había manifestado en su primer mandato, llegando incluso a proponerle a Dinamarca un trueque por Puerto Rico, colonia yanqui bajo el eufemismo de “Estado libre asociado”.

Groenlandia es la isla más grande del mundo, ya que por convención geográfica se considera que Australia no es una isla sino una masa continental. Groenlandia tiene 2.160.000 kilómetros cuadrados. Es grande, aunque no tanto como aparece en los mapas. Es que un mapa, como, por ejemplo, el planisferio, nunca puede ser fiel a la realidad, ya de por sí, porque intenta representar en un plano bidimensional una realidad tridimensional, intenta llevar una esfera (la Tierra) a un papel. Pero, además, el planisferio que más conocemos, el que usábamos en la escuela y el que siguen usando nuestros hijos e hijas, el planisferio Mercator, es especialmente engañoso, por motivos culturales y políticos, redimensiona el norte. Entonces, Groenlandia aparece como más grande que Australia o igual que toda África. Sin embargo, cuando vas a un globo terráqueo, vas a ver ahí sí la verdadera dimensión de Groenlandia, tres veces más chica que Australia, diez veces más chica que África y un poco más chica que Argentina.

De esos más de dos millones de kilómetros cuadrados, el 85 por ciento está cubierto de hielo, y está habitada por unas 60 mil personas, la mayoría inuits (esquimales). Lo que tiene de apetecible es, por un lado, sus riquezas minerales, y, por otro lado, la importancia geopolítica para poner una pata en el Ártico y de ahí amenazar a Rusia.

Sin embargo, el rechazo fue total por parte de Dinamarca, la potencia colonial europea que todavía mantiene su dominio sobre esta isla que pertenece al continente americano. Este hecho es importante también para desmitificar aquello del “descubrimiento de América”, si hiciera falta a esta altura de la historia. Groenlandia es la prueba más acabada de que Cristóbal Colón no descubrió nada, porque cinco siglos antes que él, otros europeos habían llegado a América. Eran los vikingos, encabezados por Erik el Rojo, quien pasó de las actuales Noruega a Islandia y luego a Groenlandia. De hecho, el nombre que le dio a la isla significa “tierra verde”, lo cual es paradójico porque de verde no tiene mucho, más bien es toda blanca. Pero él venía de Islandia, Iceland, que quiere decir “tierra de hielo”, y para atraer colonos, “vendía” la imagen de una tierra cultivable.

Si bien sus proyectos colonizadores no fueron de lo más exitoso, los escandinavos nunca se fueron de Groenlandia y a partir de 1261 Noruega hizo valer su soberanía, que luego pasó a Dinamarca cuando encabezó la Unión Kalmar (Dinamarca, Suecia, Noruega e Islandia, todas bajo la dirección de la corona danesa). En 1814 Groenlandia pasó a ser una verdadera colonia danesa, en 1953 parte integrante del Reino de Dinamarca y en 1979 obtuvo una autonomía que le permite tener un autogobierno, aunque la política exterior, las finanzas y la soberanía sigue dirigiéndose desde Copenhague.

Lo que nunca se había escuchado con fuerza, paradójicamente puede producirse como reacción a los exabruptos de Donald Trump. El primer ministro groenlandés, Múte Egede, no se limitó a rechazar cualquier intento de anexión a Estados Unidos, sino que, además, esbozó su intención de caminar hacia la independencia: “Ha llegado el momento de que nuestro país dé el siguiente paso. Al igual que otros países del mundo, debemos trabajar para eliminar los grilletes del colonialismo”. Impensable, las bravuconadas de Trump podrían conducir a la independencia de Groenlandia.

Canadá, viejo enemigo

Canadá fue, históricamente, uno de los reductos coloniales franceses en América, junto con las Luisianas y Haití. Los franceses recién tuvieron que abandonar el Canadá derrotados por los ingleses en 1763. Luego, el resentimiento y la geopolítica llevaron a Francia a apoyar a los independentistas encabezados por George Washington. Ese gasto en dinero generó los problemas que llevarían, una década más tarde a la Revolución Francesa.

Luego de la independencia de Estados Unidos, Canadá siguió siendo un enclave colonial inglés, y en 1812 invadió por el norte, llegando a ocupar Washington y a quemar la mismísima Casa Blanca.

Sobrevinieron tensiones en torno al trazado de las fronteras, al punto tal que en 1838 se destaó la Guerra de los Leñadores, llamada así porque surgió de la disputa de leñadores de ambos lados que pretendían el acceso a los bosques. De un lado, la provincia canadiense de New Brunswick, del otro lado, el estado estadounidense de Maine. El triunfo en esa guerra fue para los EEUU y Maine duplicó su tamaño. Dos décadas más tarde se planteó la “Guerra del chancho”. No llegaron a una confrontación, pero hubo movilización de tropas de ambos lados, todo por un chancho muerto, propiedad de un granjero canadiense.

Canadá obtuvo se independizó del Reino Unido en 1867 y ya en el siglo 20 hubo otras tensiones entre los vecinos. Luego de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos empezó a ocupar el lugar de potencia mundial y eso alertó a los canadienses, al punto tal que en 1921 elucubraron un plan para invadir militarmente Estados Unidos por cinco frentes, ocupar las ciudades de Portland y Fargo y conseguir la devolución de Maine. No se concretó, como tampoco se concretó el “Plan de Guerra Rojo” de Estados Unidos de 1930, que preveía tomar por la fuerza Toronto y Montreal. Parece mentira, pero fue hace menos de 100 años.

Mientras tanto, siempre existió en Canadá un problema de cohesión nacional, entre la mayoría anglófona y los descendientes de aquellos colonos franceses, especialmente agrupados en la provincia de Quebec. Incluso hubo una guerrilla armada en los años 60 y 70 del siglo 20 y luego, dos referéndums por la independencia, el primero en 1980 que terminó 60 a 40 a favor del NO, y el segundo en 1995, que terminó con un ajustadísimo margen de dos puntos por el NO a la secesión.

Ahora, Donald Trump viene hablando de Canadá como el estado número 51 de Estados Unidos. Y la reacción ha sido contundente desde todos los sectores sociales y políticos, y desde todas las regiones, desde Vancouver hasta Montreal y desde Alberta hasta Toronto. Otra vez, las bravuconadas de Trump tienen un resultado paradójico, en este caso una cohesión nacional en Canadá que hasta ahora no se había visto.

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