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La pareja que se fue a vivir a Punta Colorada por el silencio y ahora ve como «un problema» la inversión de YPF

Cinco personas viven en Punta Colorada, la localidad rionegrina donde se instalará la planta de gas natural licuado, una inversión de YPF-Petronas que representará para el país más de 30.000 millones de dólares. A 8 kilómetros de Playas Doradas, a 30 de Sierra Grande y a unos 300 de Viedma, esta porción de tierra desolada es hoy uno de los lugares más inhóspitos de Rio Negro. Y más allá del puerto y el muelle que casi no tienen actividad, prácticamente no hay vida humana.

«Prácticamente», porque hay un puñado de casitas, la mayoría deshabitadas, que tienen una vista privilegiada a salvajes y recóndita playas. «Allí están los guardias de prefectura, alguna persona de mantenimiento, pero casi no vive gente… Ah, esperá, hay una pareja adulta con la que me puedo contactar, dame un ratito y te consigo el teléfono», le propuso amablemente a Clarín Roxana Fernández, la intendenta de Sierra Grande.

Minutos después llega por Whatsapp el contacto de Luis Vázquez (80), un jubilado mendocino, que vive hace cinco años junto su mujer Perla Aneine (60) literalmente en el medio de la nada. Ambos son de Guaymallén y llegaron a este paraje virgen en moto, con la idea de pasar aquí el resto de sus vidas. «Para ermitaños como nosotros, éste es el mejor destino», deslizan.

«Cuando conocí este lugar, fue un flechazo a primera vista. Nos fascinó la inmensidad, la soledad y sentir que estamos solos en el mundo. Habíamos venido en 2016 a Playas Doradas, en moto por supuesto, y tuvimos un accidente que casi nos mata, me mata en realidad, porque Perla apenas tuvo raspones», recuerda Luis.

«Eso nos obligó a estar un tiempo en esta zona pero cuando volvimos a Mendoza, nos prometimos regresar y lo hicimos dos o tres veces hasta que nos decidimos instalar», completa.

Debido al crudo frio y a un viento que dobla pero no quiebra, hace cinco días que Luis y Perla no salen de su pintoresca casita que cuenta con un ventanal maravilloso –de doble vidrio–, que permite contemplar la potente rompiente de las olas que dibujan un paisaje soñado. Dicen que hace dos días que prácticamente no hablan, simplemente porque «apreciamos escuchar la naturaleza». Se los ve entusiasmados por la visita de Clarín y, con calidez, quieren contarlo y mostrarlo todo.

Se estima que las arenas de Playas Doradas, muy cerca de Punta Colorada, se verán repletas el próximo verano. Foto Maxi Failla / Enviado especialSe estima que las arenas de Playas Doradas, muy cerca de Punta Colorada, se verán repletas el próximo verano. Foto Maxi Failla / Enviado especial«Ustedes siéntense mirando la ventana, nosotros podemos darle la espalda… Hoy estuvimos horas jugando al burako y a los dados y mirando el mar desde aquí». El matrimonio, que lleva 40 años de casados, compró el terreno y uno de los nueve hijos, que es constructor, le edificó la vivienda. «Tiene lo justo y necesario, no necesitamos más, pero eso sí, dependemos del clima para salir«, hace saber Vázquez, que se agita al hablar.

Ex bibliotecario en Mendoza, fanático de las motos –tiene dos– que sigue montando pese a algunas flaquezas de salud, Luis se enamoró de este rincón patagónico y contagió a su mujer. «Lo que más me gusta del lugar es que no hay nadie, no hay vecinos, y eso es impagable. Que no haya ruidos, voces, apreciar el silencio o el soplido del viento, como ahora, es impagable. Escuchá, escucha», pide silencio. Una salamandra y dos estufas aclimatan el living, mientras del otro lado de la puerta la temperatura es bajo cero.

Lejos de todo, hasta de la salud

Vázquez estuvo en marzo un mes internado por una neumonía y su mujer Perla tuvo que llevarlo corriendo a San Antonio Oeste, 130 kilómetros al norte, o 300 a Viedma, porque en Sierra Grande no hay médicos y mucho menos un lugar para internarse.

«Aunque suene raro para mí esto es calidad de vida, aún sabiendo que si tengo un bobazo no la cuento. Es cierto, tengo el supermercado a 40 minutos en auto, la farmacia otro tanto, médicos no hay, pero yo decidí pasar el tiempo que me queda aquí… Si me vuelvo a Mendoza me muero a los quince días… y encima moriré triste. Acá sé que me voy a morir contento«.

El gesto en la cara de Perla lo dice todo. «Yo soy más de la idea de ir y venir. Pasar el invierno en Mendoza y volver a Punta Colorada cuatro meses, entre noviembre y marzo. Tenemos todo en Guaymallén, no sólo una casa y a nuestros hijos, sino que ante cualquier sobresalto de salud, estamos a diez minutos de cualquier hospital. La salud de Luis es delicada, se agita al hablar, tuvo neumonía y ahora padece insuficiencia respiratoria». Luis le agarra la mano, intentando despreocuparla. Es de esos hombres de otra época, que ocultan sus flaquezas.

«Nos vinimos al c… del mundo para encontrar paz y silencio y resulta que van a hacer una planta de gas justo aquí», rezonga Luis Vázquez (80). Foto Maxi Failla / Enviado especialPerla agasaja con una ronda de café y té, y un plato de galletitas, oportunas para sumar calorías y contrarrestar la fresca. «Cuando nos enteramos del proyecto de la planta de gas de YPF sentí una puñalada –grafica Luis–. No lo podía creer… ¿Cómo? Nos venimos al c… del mundo, acá hay menos gente que en la Luna, y resulta que la obra justo va a pasar por aquí. Chau, se nos va acabar la paz, ni quiero imaginar el ruido que vamos a tener. Pero no quiero sonar egoísta, es bueno para el pueblo, que está empobrecido y necesita trabajo… Pero para mí es un problema».

El matrimonio pagó por el terreno alrededor de 15 mil dólares y aseguran que, ante una posible oferta, no se irían por menos de 100 mil dólares. «No queremos pensar en lo que se viene, pero todavía falta mucho», desliza Perla con suavidad.

«La verdad es que se nos va a ir al carajo el lugar, se va a llenar de turistas y Playas Doradas, que está aquí cerquita, va a desbordar. ¿Qué puedo hacer? Vinimos aquí porque no teníamos nada alrededor, pero en un tiempo el paisaje será distinto», complementa Luis.

Las olas que se ven desde la casa del matrimonio y de fondo el muelle del puerto de Punta Colorada. Foto Maxi Failla / Enviado especialLas olas que se ven desde la casa del matrimonio y de fondo el muelle del puerto de Punta Colorada. Foto Maxi Failla / Enviado especialAmbos repiten la palabra «desintoxicación» para ilustrar lo que fueron estos años viviendo en Punta Colorada. «Con todas las carencias que hay en la zona, no tengo dudas que aquí es nuestro lugar en el mundo. Nuestros hijos están grandes, tuvimos nueve, imaginate que siempre debimos tener a alguno en brazos, cargándolo por ahí. Ahora ya tienen sus vidas y nosotros hace poquito empezamos a hacer vida de pareja», remarca Perla.

«Yo tengo 80 y recién a los setenta y pico puedo decir que me emancipé de mis hijos. Y lo primero que hicimos con mi mujer fue viajar, recorrer el país en moto y buscar el lugar más alejado del mundanal ruido», aporta José parado frente a su amado ventanal. «Hace años que estoy aquí mirando hacia el mar y no me canso».

La vida de ambos es austera y rutinaria. Cuando la temperatura lo permite, destinan largas horas al cuidado de su huerta llena de planta y árboles: se destacan olivos, ciruelos, manzanos, durazneros y almendros. «Uy, mirá, ahí va el vecino de la casita de abajo… ¿Cómo se llama este muchacho, gorda?». Sí, llama la atención ver a una persona caminando por este lugar. «La otra pareja que completa la población –señala Perla– seguro que está metida dentro de su casa».

No hay reloj en la casa, tampoco espejos. «Es una decisión que tomamos para no tener ningún tipo de preocupación», coinciden. Luis sigue parado frente al ventanal, como hipnotizado. «¿Te imaginás si nos construyen una casa ahí enfrente? –señala en dirección al mar–. Yo creo que me muero, es como que se nos cruce un ciervo en el camino. Basta, no me quiero hacer la cabeza, todavía tenemos un largo tiempo sin que se noten los cambios».

Punta Colorada, Río Negro. Enviado especial

MG

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