InicioSociedadBeidaihe, la playa de Mao donde chapotea la aristocracia comunista

Beidaihe, la playa de Mao donde chapotea la aristocracia comunista

La canícula pequinesa recomienda la huida. Los emperadores dejaban la céntrica Ciudad Prohibida para aliviarse en el Palacio de Verano, un esponjado complejo de jardines, lagos y templos en una zona de humedales al noroeste. La aristocracia roja, por su parte, abandona Zhongnanhai, el epicentro del poder comunista levantado a tiro de piedra de la antigua residencia imperial, para chapotear en las playas de Beidaihe, unos 300 kilómetros al este.

Xiamen (provincia de Fujian), Qingdao (Shandong) o Sanya (isla tropical de Hainan) son célebres destinos playeros, pero ninguno disfruta de las credenciales históricas de esta localidad de 600.000 habitantes en el mar de Bohai. Aun así, nada lo sugiere al ojo desentrenado. Ahí están las aglomeraciones sobre la arena al atardecer, rebajado ya el sol, con la sana y despreocupada jarana china. A las playas de aquí las separa de las nuestras la cantidad de piel exhibida. La oscura en China se ha asociado tradicionalmente a largas jornadas bajo el sol y muy pocas mujeres quieren parecer campesinas. Urgen los paraguas, las sombrillas y el elemento diferencial de playa china. Son los ‘lianjini’, ‘facekinis’ o trajes de baño de cabeza integrales, depende de la lengua. Son de flexible nailon para ajustarse a la estructura craneal, cuentan con aperturas para ojos, nariz y boca y cubren también el cuello e incluso más abajo. La primera impresión remite a un grupo de lucha libre mexicana, una invasión marciana, atracadores de bancos o sadomasoquistas sin complejos, en cualquier caso con un sentido estético difuso y apreturas presupuestarias.

La marea socialista

Los misioneros se asentaron en Beidaihe a finales del siglo XIX. Pronto les siguieron los empresarios y representantes de delegaciones extranjeras en Pekín y Tianjin. Esos orígenes explican la arquitectura europea, algo kitsch y bastante confusa (los Tudor, los Habsburgo y todo lo que suene a lujo burgués), conviviendo ahora con cadenas de comida rápida. Beidaihe contaba con unas 800 villas cuando entraron los comunistas en 1949 y abrieron un hospital para que la brisa marina acelerara la recuperación de los camaradas ancianos. Cinco años después fue el instantáneo flechazo de Mao Zedong, campesino del interior, el que cambió el destino de Beidaihe para siempre. «Vamos a la playa, donde la marea es la misma que la marea de la construcción socialista», dijo a sus guardias en una de sus primeras visitas. Mao vio la playa como una opción lúdica con décadas de antelación y fue un diestro nadador en un país de nadadores terribles. Jura la propaganda que atravesó el río Yangtsé a la altura de Wuhan, metros y más metros de briosas corrientes.

Mao en la playa de Beidaihe / WikiCommons

Granulosas fotografías en blanco y negro muestran en traje de baño a Mao y su eterno primer ministro, Zhou Enlai, a líderes internacionales como Ho Chi Minh… En Beidaihe se han cocinado políticas e intrigas. Ahí ideó Mao las comunas para el campesinado y las purgas contra la presunta burguesía, decidió bombardear una isla del Kuomintang frente a la costa de Fujian y lanzar la calamitosa campaña del Gran Salto Adelante. Y también desde Beidaihe despegó a toda prisa Lin Biao con su familia tras su fracasado intento de derrocar a Mao. Pretendía alcanzar la Unión Soviética pero su avión se estrelló sobre Mongolia en un incidente que sigue generando conjeturas.  

Cuchipandas playeras

En los retiros estivales de Beidaihe fijan las élites políticas el rumbo del país con discusiones francas que revelan las diferentes sensibilidades del partido. Lo acordado allí se aprobará después a la búlgara en el Gran Palacio del Pueblo para dar imagen de unidad. Deng Xiaping, el pequeño timonel, perseveró en la tradición maoísta y así sigue aún hoy. Solo la interrumpió, en la primera década del nuevo milenio, Hu Jintao, grisáceo tecnócrata al que aquellas cuchipandas playeras no le parecían frugales ni respetables.

Eso ocurre en las villas privadas, más allá de los pinares y lejos del casco urbano. La jerarquía ordena la distribución geográfica. Los gerifaltes del partido ocupan las playas más selectas y apartadas, las siguientes son para militares y otros altos cargos, y las demás, a menudo masificadas, para el público.

Suelen decantarse los chinos más pudientes por Tailandia, Maldivas y otros destinos alejados. Carece Beidaihe del refinamiento de Cannes o Portofino, de sus yates y de sus ‘paparazzi’. Solo las calles frecuentemente cortadas al paso de berlinas negras con cristales tintados y los guardias de seguridad con mandíbula apretada y gafas de sol revelan que han regresado a Beidaihe sus visitantes más singulares.

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