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Lisandro de la Torre halló en las sierras un respiro al dolor antes de la tragedia

Lisandro de la Torre es recordado como uno de los grandes referentes morales de la política argentina. Orador brillante, abogado de sólida formación y fundador del Partido Demócrata Progresista, fue conocido como “el Fiscal de la Patria” por su lucha incansable contra la corrupción y los privilegios. Sin embargo, detrás de la figura pública se escondía un hombre abatido, cargado de heridas políticas y personales que lo empujaron hacia el retiro en busca de paz.

Ese retiro lo encontró en las sierras de Córdoba. Durante la década de 1930, De la Torre eligió Capilla del Monte como refugio. Allí buscó calma y cercanía con sus familiares tras un período marcado por la tragedia. La célebre denuncia del “escándalo de las carnes” —cuando expuso los negociados de frigoríficos extranjeros con funcionarios del gobierno— lo había convertido en blanco de ataques feroces. El punto de quiebre fue en julio de 1935, durante una sesión del Senado, cuando su compañero Enzo Bordabehere fue asesinado a su lado. Ese episodio desgarrador lo persiguió hasta el final de sus días, dejándolo sumido en la desesperanza.

En ese clima de desolación personal, las sierras cordobesas se presentaron como un alivio. La tranquilidad de Capilla del Monte y el paisaje serrano ofrecieron a De la Torre un espacio donde reponerse del ruido político y del dolor íntimo. Una imagen que se conserva en el Archivo General de la Nación muestra a Lisandro vestido de traje claro y sombrero, acompañado de sus sobrinos, en la estación de tren de la localidad. Datada hacia 1930, la fotografía revela una faceta desconocida: un dirigente que, lejos del Senado y de las tribunas, se muestra en un momento de calma doméstica, rodeado de afectos.

La elección de Capilla del Monte no fue casual. En aquella época, las sierras cordobesas eran un destino recurrente para dirigentes, escritores y figuras públicas que buscaban reposo. El aire puro y la serenidad del entorno atraían a quienes cargaban con tensiones políticas o enfermedades. Para Lisandro, ese contacto con la naturaleza representaba más que un descanso: era una forma de resistir, aunque fuera por instantes, al peso insoportable de los acontecimientos recientes.

Pero el alivio serrano no pudo revertir su destino. En 1939, tras años de desilusión política y un deterioro emocional cada vez más profundo, Lisandro de la Torre puso fin a su vida en su departamento de Buenos Aires. Su muerte conmocionó al país y marcó el ocaso de un dirigente que había hecho de la ética pública su bandera.

Hoy, aquella fotografía en Capilla del Monte se resignifica. No es solo un registro familiar; es la prueba de que, antes de su trágica muerte, De la Torre encontró en las sierras cordobesas un respiro necesario. Un instante de humanidad en medio de la tormenta, que nos recuerda que incluso los grandes hombres de la política cargan con batallas silenciosas.

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