La mañana del 7 de julio amaneció clara en Córdoba, pero con un nudo en la garganta. En la plaza de la Intendencia “Héroes de Malvinas”, frente al monolito que recuerda a los abogados laboralistas víctimas del terrorismo de Estado, se volvió a hacer memoria con flores, corbatas y palabras que no pudieron ser arrancadas ni con tortura ni con desapariciones.
A 49 años de la tristemente célebre “Noche de las Corbatas”, el acto no fue solo una ceremonia: fue un reencuentro con la historia viva. Familiares, colegas, autoridades y ciudadanos se acercaron al monumento con ofrendas, abrazos contenidos y una verdad que todavía duele. Allí, en el centro de la ciudad, cada flor y cada corbata colgada fue una forma de decir: “siguen con nosotros”.
La memoria no tiene fecha de vencimiento. Por eso estuvieron presentes autoridades del Ministerio de Justicia y Trabajo, del Tribunal Superior de Justicia, de los Colegios de Abogados, de la Universidad Nacional, de la Secretaría de Derechos Humanos y de otras instituciones que eligieron no dar la espalda al pasado. Cada uno dijo lo suyo, pero todos coincidieron en algo: aquellos abogados no solo defendieron causas laborales. Defendieron la dignidad en tiempos de miedo.
La historia que originó este homenaje se remonta a julio de 1977, en Mar del Plata, cuando una serie de secuestros coordinados por grupos de tareas de la dictadura se llevó la vida y la libertad de seis abogados laboralistas. La mayoría fueron asesinados. Otros, como Jorge Candeloro, Carlos Bozzi o Raúl Hugo Fragata, sufrieron la desaparición forzada, la tortura o el exilio. Por eso la fecha quedó grabada como símbolo del ataque al derecho, al trabajo y a la justicia.
Durante el acto, no hubo estridencias. Solo palabras que flotaban como hilos invisibles entre las corbatas colgadas, los nombres grabados en el bronce y los pétalos que caían sobre el mármol. Se habló del compromiso, del riesgo, de la ética de ejercer el derecho cuando hacerlo costaba la vida.
Hablaron también del presente, porque este homenaje no es solo para mirar hacia atrás. Es para preguntarse si hoy seguimos defendiendo con la misma convicción el trabajo digno, los derechos humanos, el acceso a la justicia. Es también para advertir que los hilos que unen pasado y presente a veces son tan finos como una corbata.
El acto cerró sin aplausos, pero con algo más hondo: la sensación de que la memoria no se disuelve. De que cada vez que una corbata cuelga de ese monumento, no es adorno ni símbolo hueco. Es un recordatorio. Ahí hubo alguien que eligió no callar.