InicioSociedadFrancisco murió totalmente vivo

Francisco murió totalmente vivo

Murió el Papa Francisco, y hay mucho para decir.

Primero, que murió bien vivo, totalmente vivo, y hasta me atrevo a decir que eligió cuándo y cómo vivir. Él tenía un pedazo menos del pulmón derecho desde 1957, lo que lo hacía más vulnerable a las enfermedades respiratorias, y este año estuvo complicado con una pulmonía bilateral que lo tuvo internado dos meses. En varios momentos parecía que el final era inminente, pero la peleó y salió. Como si hubiera decidido salir de la clínica Gemelli para morir en Santa Marta, la humilde residencia de curas que contrasta con los aposentos papales, donde nunca quiso vivir.

Vivo y bien vivo, con sus últimas fuerzas, logró el alta médica y volvió a su lugar de trabajo y a una vida relativamente normal, pero todos decían que no iba a poder cumplir su sueño de estar en la Plaza de San Pedro para el Domingo de Pascuas. Sorprendió cuando apareció el Domingo de Ramos y dijo unas palabras, se lo veía muy desmejorado. Y mucho más sorprendió cuando apareció en silla de ruedas en el balcón, frente a la columnata de Bernini, el Domingo de Pascua. Había preparado un discurso suculento, contundente, como si quisiera decir un par de cosas que no podía callarse y no quería llevarse consigo. Se notó su impronta, se notó que nadie se lo había escrito, pero no podía leerlo él, apenas si tuvo fuerzas para la bendición urbi et orbi (para la ciudad y para el orbe), una bendición muy especial que sólo el Papa da dos veces al año: para Navidad y para Pascua. Eso era lo que más quería, y lo pudo hacer. Pero su discurso lo leyó el arzobispo Diego Ravelli, maestro de ceremonias litúrgicas pontificias.

En ese discurso, Francisco volvió a hablar de los pobres (los descartables del sistema, como los llamaba él), de la casa común (la naturaleza) y la paz, para la cual, reclamó desarme. Sin desarme, todo es hipocresía. Y casi sin filtro, se refirió al pueblo de Gaza, que «sufre una dramática e indigna crisis humanitaria». Palo para Israel. También llamó la atención de la situación en El Líbano y en Siria, y puso énfasis en esta última, describiendo el «momento delicado de su historia», en contraposición al coro de comunicadores occidentales que ahora aplauden a los que hasta ayer eran terroristas despiadados, solo porque derrocaron a Bacher Al Asad.

Luego se refirió al pueblo de Yemen, que «vive una crisis humanitaria a causa de la guerra». Palo para Estados Unidos, que vine bombardeando Yemen desde sus portaaviones en el mar Rojo.

También pidió un acuerdo de paz «justo» en el Cáucaso Meridional. Palo para Azerbaiyán, que lleva adelante un proceso genocida contra el pueblo armenio de Nagorno Karabaj.

Pidió por Ucrania, pero también por los Balcanes, el Congo, Sudán, Sudán del Sur, la región del Sahel, el Cuerno de África y los Grandes Lagos. Sabía todo, tenía todo el dolor del mundo en su cabeza y en su corazón, y no era indiferente.

Los médicos le imploraron que no saliera de Santa Marta, que sería muy riesgoso. No hubo caso. Él lo tenía decidido, cumpliría con su deber de Papa y se daría el gusto como servidor de Cristo, de decir las últimas verdades en la cara al mundo y dar su última bendición universal. Y también tenía decidido partir después de eso, volver a la tierra y volver al seno paterno y materno. Entonces, no sólo que estuvo en el balcón central de la Basílica de San Pedro, sino que bajó a la plaza para dar una vuelta entre la gente, como pudo.

Lo había hecho en marzo de 2013, cuando sorprendió al mundo siendo el primer papa jesuita y el primero latinoamericano, y lo volvió a hacer ahora.

Primero en poner a los pobres y a la naturaleza por adelante.

Pero hace 12 años también sorprendió por ser el primer papa en la historia de la Iglesia en tomar el nombre en homenaje a San Francisco de Asís, algo que signó su pontificado, dedicado a los pobres y a la lucha contra el cambio climático, como había hecho el santo de Asís. Y algo que representa una oposición feroz al neofascismo, porque si hay algo que les pone los pelos de punta a los Milei, a los Bolsonaro y a los Trump es el tema de la justicia social y el tema del cambio climático. Los dos ejes del pontificado de Francisco.

Fue un papa muy pastor, muy viajador, 28 viajes dentro de Italia y 48 afuera. Visitó países como Mongolia, Indonesia, Japón, Papúa Nueva Guinea, Irak, Emiratos Árabes Unidos, entre otros, dando muestra de su esfuerzo por el encuentro ecuménico con otros credos. Y en Latinoamérica visitó Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil, Perú, México, Colombia, Cuba y Panamá. No Argentina, donde el actual presidente llegó a llamarlo «representante del maligno en la Tierra».

Pero además de ser muy pastoral, también fue un papa intelectual, porque escribió 38 exhortaciones apostólicas y 4 encíclicas: Lumen Dei (Luz de Dios) en 2013 sobre la esperanza; en 2015 Laudato sii (Seas alabado) sobre la casa común y el cambio climático; en 2020, plena pandemia, Fratelli Tutti (Todos hermanos) sobre la necesidad de una salida común y solidaria porque nadie se salva solo; y en 2024 Dilexit Nos (Él nos amó) sobre el Sagrado Corazón de Jesús.

También efectuó cambios profundos para dentro de la Iglesia. Cuando llegó casi no había mujeres en el Vaticano, hoy hay más de mil mujeres trabajando y varias en cargos de decisión. Resolvió volver a recibir en la Iglesia y con el precepto de la comunión a las personas separadas. Abrió una puerta a los homosexuales y distintas diversidades. E intentó poner en discusión el celibato obligatorio de los sacerdotes. Pero muchas de las reformas más ambiciosas que tenía en mente quedaron truncas en el Sínodo de Obispos del año pasado. Fue un adelantado para una Iglesia a la que le cuesta aggiornarse.

Qué viene ahora

Ahora, sobreviene un período llamado sede vacante, durante los actos funerales, y luego se reúne el cónclave de cardenales, para elegir un nuevo Papa. Los cardenales son 253, cualquiera de ellos puede ser elegido Papa, pero no todos ellos votan. Solamente votan los menores de 80 años, que son actualmente 138 cardenales. Luego de encerrarse en la Capilla Sixtina, habla cada uno y se van conociendo los candidatos, de una manera casi natural, y con mucho de rosca política, como en cualquier institución mundana. En general, durante el segundo día de cónclave se produce la primera votación, que es secreta y por escrito. Hacen falta dos tercios de los votos para que se pueda ungir a un nuevo pontífice, lo que actualmente equivale a 92 votos. Si eso no ocurre, las papeletas se queman en un horno que tiene dos chimeneas, y se le agrega al fuego un producto químico para que el humo sea negro. Así, la gente reunida en la Plaza de San Pedro, contenida por la columnata de Bernini, y las que ven la escena por televisión, saben que no hubo nadie que logró el consenso necesario.

Así se van sucediendo votaciones, en 2013 para que el cardenal Jorge Bergoglio consiguiera los entonces 77 votos necesarios, hizo falta cinco rondas de votación. En estos 12 años de pontificado, el colegio cardenalicio creció en número, por eso, ese número mágico que representa los dos tercios, pasó de 77 a 92.

Ahora bien, hay un dato clave en lo político que muestra la muñeca de Francisco. De los actuales príncipes de la Iglesia con menos de 80 años, es decir, los que votarán en un próximo cónclave (sea cuando sea), que son 138, 111 han sido nombrados por Francisco. Representa más del 80 por ciento, porcentaje que supera ampliamente el 66 por ciento necesario.

Más noticias
Noticias Relacionadas