Después de la masacre de Río de Janeiro, volvió el presidente Lula de su viaje por Malasia y tomó cartas en el asunto. Mandó al Congreso un proyecto de ley de seguridad integral que unifique las fuerzas y cree mecanismos de control federal sobre las operaciones regionales. Al mismo tiempo, dijo: “El país necesita una política de seguridad moderna, integrada y que no convierta las favelas en zonas de guerra. Necesitamos un trabajo coordinado que impacte la espina dorsal del narcotráfico sin colocar policías, niños y familias inocentes en riesgo. El crimen organizado no se combate con matanzas, sino con medidas que descapitalicen a las bandas y golpeen sus estructuras financieras”.
Es que lo que ocurrió el martes en las favelas de Penha y El Alemán, fue un circo montado por el gobernador bolsonarista Claudio Castro. Utilizó 2.500 policías para entrar a sangre y fuego y dejó más de 130 muertos, muchos de ellos inocentes. Además, colapsó la ciudad, dejó varadas a millones de personas que, sin transporte público, no pudieron volver a sus hogares. Las escuelas, universidades y muchos negocios pausaron sus actividades y tres días después de la masacre, los pobladores de las favelas siguen recuperando y enterrando cuerpos.
Las imágenes de guerra y dan vuelta al mundo porque fueron minuciosamente estudiadas para provocar exactamente ese efecto. Para la ultraderecha bolsonarista, los más de 130 seres humanos muertos no importan, porque en realidad, en la construcción comunicacional, no son seres humanos, son narcoterroristas. De hecho, que tengamos que decir “los más de 130 muertos” es una prueba de la deshumanización de las víctimas, porque no se sabe ni siquiera el número exacto de personas muertas.
Pero, ¿por qué decimos víctimas? Básicamente porque es imposible verlo de otra manera cuando hay más de 130 muertos, la inmensa mayoría de civiles, y solo 4 policías. No hay que ser muy experto para darse cuenta de lo que pasó: o bien la mayoría de los muertos eran personas comunes, moradores de las favelas, pobres, negros sobre todo, pero no narcotraficantes. Una especie de falsos positivos al estilo del uribismo en Colombia. O bien, si eran narcotraficantes muy peligrosos, fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Porque no hay rastros ni testimonios de un enfrentamiento sangriento, en cuyo caso debería haber muertos y heridos de ambos lados.
Lo que hubo claramente fue una masacre, pero planificada, en la cual, lo más importante era cómo se mostraba al mundo, la puesta en escena. Eso explica que la Policía del Estado de Río de Janeiro haya cedido a CNN Brasil los videos grabados desde helicópteros, donde se veía a supuestos “narcoterroristas” escapando por los morros. ¿Quién puede asegurar que eran narcos o que eran habitantes comunes y silvestres?
Sin embargo, no estamos ni defendiendo a los narcotraficantes, ni desconociendo su importancia y el daño que producen en la sociedad. El Comando Vermelho es la principal organización criminal en Río, pero convive con otras como Amigos de los Amigos y Tercer Comando Puro. Hay muchas causas por las que creció el narcotráfico en los últimos años en Río y en San Pablo, como en muchos otros lugares de Latinoamérica. Lo que está clarísimo es que no se lo vence con la llamada “guerra al narcotráfico”. Porque básicamente no es una guerra convencional, por lo tanto, no es efectivo atacar a los bombazos o a bala y muerte.
El narcotráfico maneja infinitos recursos, tanto bélicos como económicos, y está totalmente infiltrado en las policías, en los sistemas judiciales, en la política, hasta en el periodismo. Por lo tanto, si alguien quiere realmente combatirlo, tiene que cortar sus circuitos financieros. Y eso es mucho más fácil y más efectivo que entrar a puro tiro en una favela. El dinero del narcotráfico, obviamente, es dinero negro, y mucho.
Si usted tiene un poco de plata en negro, porque le pagaron algo sin factura y sin relación de dependencia, esa poca plata la puede usar en el supermercado o donde sea. Pero si son miles de millones de dólares (el narcotráfico es el segundo tráfico ilícito del mundo, después del de armas), entonces lo que hay es un complejo y necesario sistema para blanquear ese dinero. Y ahí los Estados pueden accionar, con un buen trabajo de inteligencia y voluntad política. Como dice Lula, el narcotráfico se combate pegando en sus circuitos financieros, no con masacres a lo tonto. Eso es circo para la tribuna.
Ahora bien, la pregunta es ¿por qué hacer todo este circo, que no es efectivo para combatir el narco y que provoca una mala imagen para una ciudad turística como Río? Porque el gobernador, Claudio Castro, bolsonarista hasta la médula, hizo todo esto por motivaciones políticas. El año que viene hay elecciones presidenciales en Brasil, y con Bolsonaro preso, Castro alberga algunas aspiraciones. Por eso quiere mostrarse como la antítesis de Lula, y un hombre enérgico que lucha contra el narcotráfico.
Eligió este momento porque el presidente estaba volviendo de Malasia, adonde participó de la cumbre de ASEAN Pacífico, y se reunió con Donald Trump para limar asperezas y negociar los aranceles comerciales. El objetivo también fue esmerilar la relación entre los dos gobiernos, y congraciarse con Trump.
En esa lógica, oh casualidad, hace una semana el senador nacional Flavio Bolsonaro dijo: “Sueño con el día en que la flota estadounidense patrulle la Bahía de Guanabara para combatir el narcoterrorismo en Río de Janeiro”. Justo en el momento en que Estados Unidos aumenta su presencia militar en el sur del Caribe, amenazando a Colombia y Venezuela bajo el pretexto de combatir a los narcoterroristas. En las últimas semanas, sin mostrar ninguna prueba, el Imperio bombardeó supuestas “narcolanchas” y asesinó a más de 40 personas.
En definitiva, como dice el título de esta nota, antes eran comunistas, hoy son narcoterroristas, quienes supuestamente nos amenazan. Es la nueva Doctrina de la Seguridad Nacional. En los años 60 y 70, aquella doctrina bajada desde Washington decía que “el enemigo comunista no estaba solo detrás de la Cortina de Hierro, sino también en nuestras sociedades” y por eso, la reconfiguración de nuestras fuerzas armadas en verdaderos ejércitos de ocupación de sus propios pueblos, en algunos casos llegando hasta el genocidio.
Hoy, no son comunistas sino “narcoterroristas”. Y si los criminales (que realmente existen) ahora son terroristas, entonces está bien matarlos sin ni siquiera un juicio. O, decir que eran eso que ahora nos amenaza, aunque no se muestre ni una mísera prueba de que esas más de 130 personas asesinadas en Río realmente lo sean.

