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Antetokounmpo sella el obituario de España en el Eurobasket, el epitafio de una época

Este es el obituario de una época. La crónica final de los años más dorados del baloncesto español, los que se agotan simbólicamente (o no tanto) con la marcha de Sergio Scariolo, al que ya espera para su pretemporada el Real Madrid. Los rescoldos de la gloria se apagaron definitivamente este jueves, con la eliminación española en la primera fase del Eurobasket a manos de Grecia (86-90). Un fallo multiorgánico, con un último espasmo cargado de orgullo y admirable tenacidad, en cierta manera previsible, por mucho que la selección sumara 11 semifinales seguidas en el torneo europeo, del que era vigente campeón. Hoy, firma la peor posición de su historia.

No es ya que España pierda la utópica posibilidad de revalidar el título ganado en 2022, es que ni siquiera ha demostrado ser una de las 16 mejores selecciones del torneo. Una cruel bofetada de realidad. Hubo errores en este trayecto de cinco partidos, claro, pero la realidad es que esta España no daba para mucho más de lo que ha ofrecido. No sin Brown, Alberto Díaz, Ricky, Llull, Rudy, Abalde, Garuba… No digamos ya sin los mitos de antaño a los que Aldama, con menos ayuda de la exigible por parte de los Hernangómez, ha tratado de honrar con su liderazgo. Poco que reprochar al canario, que ha de ser el pilar sobre el que reconstruir esta selección, ya con otro técnico a los mandos.

Inmenso Antetokounmpo

No sería correcto decir que España ha pasado del todo a la nada, pues el Mundial (9º) y los Juegos Olímpicos (10º) ya sirvieron de significativo preámbulo del descalabro vivido estos días en Chipre, cuesta arriba la misión desde la derrota inicial contra Georgia, imperdonable. Ni tampoco que este viacrucis no haya servido para nada, pues al menos ha permitido un crecimiento exponencial de los jovencísimos Sergio de Larrea y Mario Saint-Supéry, descomunales en la remontada sin premio frente a la Grecia de un todavía más descomunal Antetokounmpo: 25 puntos, 14 rebotes y nueve asistencias.

Giannis Antetokounmpo. / Associated Press/LaPresse / LAP

Hay futuro, sí, pero la sensación de vacío es, hoy, inmensa. Necesitaba España que Georgia derrotara a Bosnia para que su victoria contra Grecia no fuera imprescindible, pero el favor de Shengelia y compañía no llegó. Era ganar o morir frente a un rival con la clasificación en la mano, pero con ganas de elegir su camino en los cruces. Ocurrió que la selección de Spanoulis recibió a su apurado oponente con una escandalosa lluvia de triples, enardecido Tyler Dorsey.

Lluvia de triples para empezar

Nadie es capaz de salir airoso de un 8 de 10 en tiros de tres en un cuarto, por mucho que Aldama se afanara en achicar agua y en minimizar a ‘Anteto’. La amenaza de la estrella de los Bucks sirvió de imán y de señuelo para la defensa española, a la que la manta no le dio para cubrirse por fuera. De ahí el parcial inicial de 20-31 con el que se cerró el primer cuarto, que se fue hasta el 35-50 al descanso, pese al arrebato anotador, al fin, de López-Arostegui.

Ahí parecía muerta España, completamente enterrada por la calidad griega y su propia presión, castigada de propina con una lesión de Brizuela que le expulsó pronto de la misión. Pero si algo permanece en esta selección, sea mayor o menor el nivel de sus intérpretes, es que hay que enterrarla cien veces para garantizarse su muerte. La irreverencia, el tesón y la tenacidad nunca estuvieron en cuestión.

España-Grecia en el Eurobasket. / GEORGI LICOVSKI / EFE

España nunca se rinde

Asumieron galones anotadores secundarios como Pradilla, Yusta, De Larrea y Saint-Supéry, siempre con Aldama donde se le necesitaba. Achicada Grecia, agotado su caudal exteriores, agarrada al liderazgo de Antetokounmpo, la diferencia fue menguando poco a poco, casi sin que nadie se diera cuenta. Hasta que, a siete minutos del final, una canasta de Willy puso a España por delante (73-72) por vez primera desde el 2-0.

Una heroicidad que desembocó en un desenlace apretado, con Antetokounmpo pidiendo todos los balones en un lado de la pista y los adolescentes Saint-Supéry y De Larrea haciendo diabluras juntos en la otra. Y ahí (y en la barbaridad de tiros libres fallados, 57% de acierto) estuvo la diferencia entre quien pudo dejar su vida en manos de una estrella mundial y entre quien hoy, tras dos décadas pudiendo elegir entre un amplio firmamento, ya no tiene esa opción.

Y así, con honor, buscando el milagro hasta el límite de la extenuación y el sentido común, se acabó esta historia, la de las ocho medallas de Scariolo, la de las 12 preseas de la selección desde aquel iniciático oro Mundial de 2006. La de la mejor España que vieron nuestros ojos. La de una España que hoy no existe y, no nos engañemos, seguramente nunca volverá.

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