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El origen del Cu Cú: una fábrica de relojes suizos en las sierras de Córdoba

El Reloj Cu Cú de Villa Carlos Paz es uno de los monumentos más fotografiados de la Argentina y no hay quien haya pasado por las sierras de Córdoba y no lo conozca. Es reconocido como una postal clásica y significó una obra visionaria, fundamental para el desarrollo de la industria del turismo en el corazón del Valle de Punilla.

Sin embargo, pocos conocen que su construcción se encuentra vinculada a la llegada de un grupo de ingenieros alemanes al término de la Segunda Guerra Mundial, quienes arribaron al país para sumarse a la Fábrica Argentina de Aviones por gestiones de Juan Domingo Perón. Estos técnicos contaban con una basta experiencia y eran comandados por el genio de la aeronáutica del Tercer Reich, Kurt Tank, que residía con su familia en el barrio de Villa del Lago.

La iniciativa para su construcción estuvo a cargo del ingeniero Carl Hans Plock, en conjunto con Juergen Naumman y Karl Wedemeyer. Además, contó con el respaldo de una comisión de apoyo y fomento integrada por Mario Bina, Leandro Serna, Leonardo López, Romeo Silvestrin, Clemente Andorno, Pedro Maschio, Horacio Gigli, Federico Gasser, Justo Carreras (padre de la actriz Mercedes Carreras), Aldo Rigazio, Andrés García, Sebastián Sabater, Juan Alonso y Martín Traverso.

Se trata de una réplica de un tradicional reloj suizo, con su característico diseño en forma de casa de madera y su mecanismo de cucú que marca las horas en punto. El reloj tiene una máquina interna que pesa 120 kilos y un péndulo de 2,80 metros de largo. Eso le valió que durante varios años, fuera considerado el más grande del mundo y llegara a las páginas de la revista Life.

Las crónicas de la época dicen que fue inaugurado el 25 de mayo de 1958 en el marco de un evento importante, con la presencia de autoridades locales, discursos, la bendición del padre Carlos Santarrosa y la rotura de una botella de champagne mientras estallaban los fuegos artificiales y sonaba el clásico «Cu-Cú».

Los alemanes que habían trabajado en los desarrollos de la aeronáutica argentina, se enamoraron de las sierras, afincándose con sus esposas e hijos en la región. Un grupo de ellos, entre quienes se hallaban Plock y Ulrich Shnaak, habían fundado la fábrica IRCA (Industria de Relojes, Controles y Aparatos) y se especializaban en la construcción de relojes suizos. Fueron ellos quienes abrazaron la idea de levantar un modelo gigante en una zona cercana al sitio donde habían instalado sus hogares, como una forma de homenajear la localidad que los había recibido de brazos abiertos.

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