Reflexiones del deñador Repo Bandini
Para bien o para mal, tengo poquísimas pasiones. Una o dos nomás. De las cuales la mayor, con total seguridad, la vengo alimentando desde que me topé con mi primer fanzine hace unos 16 años atrás y consiste en organizar de forma técnica y/o intuitiva un conjunto de elementos para que den como resultado un producto eficaz a la hora de comunicar de manera visual un mensaje o varios. Algunos le dicen «diseñar».
Lamentablemente, como suele suceder con las actividades cercanas a «lo creativo», ese proceso de proyectar, seleccionar y organizar el contenido (de un libro o de un artefacto que le salvará la vida a millones de personas, valga la redundancia) suele ser visto como una actividad de poca importancia, como algo totalmente utilitario de lo que se puede prescindir y, en ocasiones, ni siquiera se lo piensa como un «trabajo real».
Es verdad si, que el diseño, como la invención y la posterior y muy actual propagación de la fotografía, cuenta con la carga de ser un oficio intimamente ligado a la noción de mercancia sobre la cual se ha desarrollado el capitalismo. Sobre todo porque en ambos casos, el diseño y la imagen, han sido factores determinantes para la instalación de productos y servicios que pudieron ser tranquilamente evitados por la humanidad por ser innecesarios para el desarrollo de la vida.
Es verdad también, para problematizar, que tanto en el campo de la expresión artística como en el plano comunicacional, ambas materias abrieron innumerables posibilidades que pueden dar cuenta de sus bondades.
Hace algunos meses, gracias al amigo Leandro y posteriormente a la troup de Sudestada, esta pasión que tengo por las tipografías, los encuadres, la iconografía, los mediostonos, las texturas y otros tantos recursos, saltó de la hoja, reventó el estilógrafo, quemó el cartón, abandonó la pantalla y se transformó finalmente en libros. Libros que son, según lo mas estricto de la teoría: mera mercancía adornada para un óptimo posicionamiento en el mercado.
Libros que son, según mi humilde apreciación personal, germinadores de ideas. Detonadores de intrigas, fomentadores del bardo, inspiraciones efímeras para amantes locos y descorazonados, falopa dura para aventureros perdidos en el tiempo.
Libros que son hoy el mejor alimento.