Tendremos que elegir, porque todo no se puede. O ahorras, o comes fruta de temporada. Las dos cosas es imposible. La vaca no da para más, decía mi madre. Leo en múltiples informes de bancos y organismos económicos que los niños de hoy serán mañana jóvenes incapaces de comprarse una vivienda e independizarse, salvo que hereden. Eso no lleva a nuestros próceres a entrar a saco contra el mercado inmobiliario, que sacrifica un derecho ciudadano en el altar de la usura. Atajando, lo que hacen es proteger las herencias, librándolas de impuestos. Mami, papi, la pelota vuelve a estar en vuestro tejado: después de criar y educar deberéis legar. Qué presión, esto no acaba nunca. Ya podéis ir metiendo en la hucha de barro lo necesario para el ladrillo del futuro. Adiós a esos rinconcitos para dar la vuelta al mundo en la jubilación, a los sobres bajo el colchón para procurarse un huerto, o darse el capricho de una caravana para viajar fuera de temporada. Las caravanas ya son hogares permanentes. Y las herencias magras de los abuelos van directas a los nietos, sin pasar por los hijos. Ellos lo tuvieron mejor: con un sueldo (o dos los más afortunados) podía pedir un préstamo al banco para el piso, y vivir estrecha pero dignamente a cuenta del sobrante. Esos tiempos no volverán. Con la nómina entera, o dos nóminas enteras, no les bastará a los jóvenes para poner un techo sobre sus cabezas. Hay que echarles una mano, o darles una patada y que emigren. Conozco progenitores que están adquiriendo inmuebles en otras comunidades autónomas porque son más baratos. Herencias a distancia. Al menos tendrán eso. Una casa en el quinto pinto, o su usufructo. Se va a acabar llenando la España vaciada.
Hay quien, como yo misma, guarda en un bote para la universidad. Por si hay que desplazarse a cursar la carrera deseada, no se llega a la nota de corte, o se tiene que pagar un máster. Durante una milésima, me devano los sesos por si mi empeño tiene un fin equivocado. Tal vez no debería ahorrar para los estudios, sino pagar la entrada de un piso en Albacete y dejarlo en el testamento. Como soy del siglo pasado, estudiante con beca y un esfuerzo familiar gigantesco enfocado a la educación superior, es para mí una prioridad que los niños puedan instruirse hasta donde deseen. Estudiar o heredar, esa es la cuestión, porque las dos cosas yo no puedo. Suerte que ha venido la ministra de Ciencia, Innovación y sobre todo, Universidades, a aportar su granito de arena y clarificar el dilema. En defensa de un compañero suyo de siglas que ha dimitido tras desvelarse que pudo falsear su currículum para lograr un puesto público, ha dicho Diana Morant que a un político no lo hace un título, sino su hoja de servicios, y que lo importante en política no es tanto el título como la dignidad. Ni que fueran cosas antagónicas. Curiosa manera de defender y prestigiar su área de competencias tiene la ministra, que hace unas semanas ponía el grito en el cielo contra las universidades privadas que forman a los chavales sin las debidas garantías y reparten caros diplomas como churros. Con semejante panorama, lo mismo hay que cerrar facultades proveedoras de artículos tan devaluados como los títulos, y poner a los chicos a medrar en los partidos, el auténtico ascensor social. Con lo que nos ahorraríamos los padres en educación podríamos engordar la herencia. Y encima, quién sabe si van y llegan a ministros.
Suscríbete para seguir leyendo