Donald Trump ha abierto la puerta a que Vladímir Putin y Xi Jinping expandan su influencia en África, Asia y Latinoamérica, algo que ya se está produciendo desde la retirada de EEUU como garante de la ayuda humanitaria. Mientras EEUU cancelaba el programa ‘Power Africa’, con 80 millones de dólares destinados a impulsar inversiones energéticas estadounidenses en África, China ya movilizaba 50.000 millones para infraestructuras en los tres años siguientes, según un informe de los demócratas de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, publicado esta semana. Y Rusia ha anunciado oficialmente que va a comenzar con una red de ayuda humanitaria explícitamente inspirado en el ya inexistente modelo estadonidense.
Los recortes de Trump en cooperación, que han terminado por completo con la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), han dejado un vacío que las otras dos grandes potencias mundiales ya toman posiciones para ocupar. El patrón se repite en despachos y sobre el terreno. Pekín quiere ser el principal contribuyente de la Organización Mundial de la Salud tras la retirada estadounidense, y ha extendido su ayuda humanitaria a países dependientes de la ayuda exterior que han quedado desatendidos. China ha donado 2 millones de dólares en arroz a Uganda, ha enviado medio millón de test de VIH a Zambia, y ha entrado con acuerdos de mejoras de estructuras en Perú, Colombia y Ecuador, en ausencia de EEUU en los países.
Por su parte, Rusia tiene planes para entrar directamente a sustituir la ya enterrada USAID. Según Yevgueni Primakov, director de la agencia rusa de ayuda exterior y proyección cultural, el Kremlin prepara el marco legal para poner en marcha el organismo, a imagen y semejanza del estadounidense. “El Ministerio de Asuntos Exteriores está trabajando en un proyecto de ley sobre ayuda internacional al desarrollo para crear un formato similar al de USAID, que puede seguir existiendo o no”, explicó en una entrevista con el medio ruso RBC.
Las filas demócratas se echan las manos a la cabeza y tratan de apelar a la conciencia de los votantes con argumentos pragmáticos. La senadora demócrata Jeanne Shaheen advirtió que abandonar organismos de ayuda humanitaria, como agencias de la ONU, no favorece a EEUU, sino que cede espacio a potencias rivales. “No creo que la mayoría de los estadounidenses quiera vivir en un mundo donde el Partido Comunista Chino marque la agenda”, afirmó. “No podemos moldear estas organizaciones ni presionar por reformas si no estamos en la mesa”, añadió.
14 millones de muertes evitables
En el interior del Gobierno estadounidense eran plenamente conscientes del impacto que tendría la retirada exterior. Con el fin de USAID, la escasa ayuda exterior que queda depende ahora del Departamento de Estado, dirigido por el ultraconservador Marco Rubio. En 2022 Rubio advertía al presidente demócrata Joe Biden de la importancia de mantener la financiación de USAID “para enviar un mensaje claro de que EEUU tiene una estrategia integral para contrarrestar la creciente influencia del Partido Comunista Chino y la amenaza que significa para los intereses de seguridad de EEUU y sus aliados”.
Ahora, tres años después esas palabras suenan como una profecía autocumplida, mientras Rubio parece haber cambiado de opinión, no porque China haya perdido influencia internacional sino como resultado del giro del Partido Republicano que ha pasado a priorizar el ‘América primero’ de Trump. “Pasamos de ser el país que si había una emergencia o crisis humanitaria, era el primero en responder. Ahora somos tan poco fiables que resulta improbable que aparezcamos”, advertía Gayle Smith, exadministradora de USAID bajo el mandato de Barack Obama, al diario Politico.
El repliegue de Washington no solo abre un vacío geopolítico: también causará muertes evitables. Según un estudio publicado este mes en ‘The Lancet’, USAID ha salvado más de 90 millones de vidas en las últimas dos décadas. Sin embargo, el informe proyecta que morirán 14 millones de personas, de las cuales 4,5 millones son niños menores de cinco años, si el escenario actual de cierre de programas de salud dura tan solo la actual presidencia de Trump.
La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), desmantelada por el presidente Donald Trump / Thomas Ful / Europa Press
Ayuda al desarrollo contra el comunismo
En el último día operativo de la agencia, el expresidente republicano George W. Bush desafió la línea marcada por en el partido absorto por Trump y defendió los logros del Plan de Emergencia para el Alivio del Sida, que salvó a más de 25 millones de personas. “¿Está en nuestro interés que 25 millones de personas que habrían muerto ahora vivan? Yo creo que sí”, afirmó. También Barack Obama calificó el cierre de USAID como “un error colosal”, lamentando que “eliminar su presencia y programas en el mundo daña a los más necesitados, y daña también a Estados Unidos”.
Termina así, al menos de momento, la historia de más de 60 años de USAID, creada por el presidente John F. Kennedy. En su discurso al Congreso de EEUU, el carismático presidente trazó un puente directo entre la ayuda al desarrollo y la promoción de los ideales americanos: la lucha contra el comunismo, que debía unir a progresistas y conservadores. «La guerra contra el hambre, la ignorancia y la pobreza no es una guerra de elección, es una guerra de necesidad. Si no ayudamos al mundo en desarrollo a ayudarse a sí mismo, corremos el riesgo de que sucumba a las ambiciones de otros que no ofrecen libertad, progreso ni esperanza, sólo comunismo y coerción», afirmaba en un discurso que parece más actual que nunca.
El futuro de USAID, cuyas cenizas han sido integradas en el Departamento de Estado, sigue en los tribunales. En abril, varios sindicatos y ONG, como Oxfam America, llevaron el caso a los tribunales para frenar el cierre de la agencia. El Gobierno ha pedido que se archive el caso, aludiendo a un error administrativo. El veredicto sigue pendiente, pero las expectativas son bajas en un EEUU donde el presidente se salta a los jueces cuyas decisiones contravienen su agenda.
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