Por Pedro Jorge Solans. Escritor, periodista y editor.
Colaboración: presidenta de la biblioteca polaca Ignacio Domeyko de Buenos Aires, Marta Bryszewski.
Fotografías: Gabriel Vidal.
Entre 1956 y 1964, uno de los escritores más influyentes de la diáspora polaca del siglo XX no vivió en París ni en Londres, sino en una casa que él mismo construyó en el barrio Domínguez. Su historia es la de un increíble tesoro cultural y una oportunidad turística que, hasta hoy, susurra en silencio a orillas del San Roque.
En la calle Aristóbulo del Valle al 827, a escasos metros del murmullo del lago, se levanta un chalet que guarda una de las historias literarias más extraordinarias y desconocidas de Córdoba. No hay placas conmemorativas, ni señales que indiquen que entre esas paredes un hombre, tras jubilarse de su trabajo en un frigorífico de Berisso, escribió tres novelas capitales para la literatura polaca del exilio. Ese hombre fue Florian Czarnyszewicz, y su legado en Villa Carlos Paz es tan profundo como invisible.
Para entender la magnitud del personaje, hay que situarlo en su contexto. Czarnyszewicz (1895-1964) formaba parte de una generación de intelectuales polacos dispersa por el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras figuras como Witold Gombrowicz debatían en los cafés de Buenos Aires, Czarnyszewicz, tras una vida de trabajo obrero, eligió el paisaje sereno de la Villa como su retiro y, fundamentalmente, como su taller literario definitivo.
Fue aquí, en el que fue su hogar desde 1956 hasta su muerte en 1964, donde su memoria y su talento explotaron. Mirando las mismas sierras que nosotros, concibió y escribió obras monumentales que reconstruían el mundo que había perdido, publicadas en los epicentros culturales del exilio: París y Londres.
Su producción carlospacense comienza con «Los Pasierbów» (El destino de los hijastros, 1958), una novela con tintes autobiográficos donde narra las penurias de los inmigrantes polacos en la Argentina de la época. Lejos de romantizar el exilio, describe con crudeza la lucha por la supervivencia, el desarraigo y el sentimiento de ser «hijastros» de una patria que los ha olvidado y de una tierra de acogida que no siempre es hospitalaria.
Luego llegaría «Chlopcy z Nowoszyszek» (Los muchachos de Nowoszyszek, 1963), donde retrocede a su juventud para relatar las aventuras de un grupo de jóvenes en su tierra natal, en la frontera entre Polonia y Bielorrusia. Es una obra llena de vida y nostalgia, que retrata las costumbres, el lenguaje y el paisaje de un mundo que estaba a punto de ser borrado por la guerra y la revolución.
Finalmente, su obra póstuma, «Nadberezyncy» (La gente de las riberas del Berézina, 1964), es considerada su testamento literario. En esta épica saga, Czarnyszewicz evoca la vida de la nobleza menor polaca en las tierras fronterizas a principios del siglo XX, en un relato que ha sido comparado por su fuerza y lirismo con el «Pan Tadeusz» de Adam Mickiewicz, el poema nacional polaco.
¿Cuál es, entonces, el legado real que dejó en la ciudad?
Es, por ahora, un legado silencioso. La primera marca es la casa que él mismo construyó. La segunda, y definitiva, es su tumba en el cementerio local, el testimonio de que eligió esta tierra no solo para vivir, sino también para su descanso eterno.
Pero es en el legado hipotético donde Villa Carlos Paz tiene una deuda y, a la vez, una oportunidad dorada. ¿Cómo es posible que la ciudad que albergó y vio nacer obras de esta envergadura no haya capitalizado cultural y turísticamente su presencia? Imaginar una «Ruta Literaria Czarnyszewicz» que conecte su hogar en barrio Domínguez con su tumba no es una utopía. Es un proyecto cultural viable que podría atraer un turismo diferente, más interesado en la historia y las raíces profundas.
Los restos de Florian Czarnyszewicz descansan en Villa Carlos Paz. Pero su espíritu, el de aquel gigante de las letras polacas que encontró junto al San Roque la paz para evocar su mundo perdido, parece seguir esperando que su ciudad adoptiva lo redescubra y le ofrezca, finalmente, un lugar no solo en su cementerio, sino también en su memoria viva.