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La política en el barro

De aquí a las elecciones de octubre, todo lo que ofrezca la política vernácula habrá de transcurrir en medio de un lodazal. Fue lo que se vio en la bochornosa última sesión de la Cámara de Diputados el miércoles pasado, con las diputadas que “animaron” los distintos momentos calientes que allí se desarrollaron. Lo notable es que nadie se sorprende ya por estas cosas que, además, a la inmensa mayoría de la población ya poco o nada le asombra o le importa. Y en esto no hubo diferencias entre los unos y los otros. Por el lado de la oposición estuvieron las diputadas Florencia Carignano, Paula Penacca, Vanesa Siley, Lorena Pokoik y Roxana Monzón, y el diputado Mario Manrique, que se enfrentaron cara a cara con el diputado José Luis Espert, a quien defendieron las diputadas oficialistas Juliana Santillán y Nadia Márquez, y el diputado Nicolás Mayoraz. La filmación del video que se viralizó rápidamente estuvo a cargo del diputado Fernando Iglesias. Como reza la letra del tango Cambalache, todos “revolcados en un merengue. Y en el mismo lodo, todos manoseados”.

El fallo de la jueza Loretta Preska sacudió al Gobierno, al kirchnerismo y a todo el arco político. El caso YPF es una muestra de la incompetencia, el oportunismo, la sinuosidad y la falta de conocimientos – es decir, ignorancia– de gran parte de la clase política argentina. La privatización de YPF fue mala y la reestatización fue peor. Los Kirchner apoyaron fervorosamente aquella privatización que dejó a la compañía a merced de Repsol. “No venimos a esta sesión arrepentidos de lo que fuimos, no sentimos vergüenza de lo que somos y tampoco venimos a pedir disculpas por lo que estamos haciendo”, dijo en septiembre de 1992 el entonces diputado Oscar Parrilli, uno de los secuaces todoterreno del matrimonio Kirchner y actual senador de Unión por la Patria, en el inicio de su alocución, para luego señalar que la privatización de YPF serviría para “oxigenar a nuestro gobierno” y “representa una bocanada de aire puro que fortalecerá al presidente Menem”. Qué importante es hacer memoria.

Como reza la letra de Cambalache, todos revolcados en un merengue. Y en el mismo lodo.

Esto no les gusta a los autoritarios

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Corría septiembre de 2009 cuando, en ocasión de la puesta en marcha de una petrolera offshore en el Golfo San Jorge, Cristina Fernández de Kirchner dijo: “Quiero agradecer al ingeniero Eskenazi y a su empresa por creer y seguir apostando como siempre lo hizo por el país. Encontrar empresarios argentinos que crean en su propio país no es fácil. Siempre ha sido mucho más rentable colocar los activos afuera”. Un año más tarde, cuando la compañía anunció el descubrimiento de yacimientos de gas y crudo no convencional, expresó: “Aquí, la prueba del resultado exitoso de la incorporación del socio argentino”. Notable laxitud discursiva.

Todo cambió en 2012, cuando los dólares escaseaban, motivo por el cual la entonces presidenta enfureció ante el giro de dividendos que la empresa Repsol realizaba a su casa matriz.

Tanto Cristina Fernández de Kirchner como su entonces ministro de Economía, el inefable Axel Kicillof, desoyeron las advertencias acerca de las consecuencias negativas que una posible reestatización traería para el país. Poco importó. Hay que decir, para ser absolutamente honestos, que la hoy condenada expresidenta y el kirchnerismo no estuvieron solos en esa bravuconada: el proyecto de reestatización fue aprobado por el Congreso por amplia mayoría. Entre los que lo apoyaron estuvieron los siguientes legisladores: Ricardo Gil Lavedra, Mario Negri, Miguel Ángel Pichetto, Ernesto Sanz, Luis Naidenoff, Luis Juez y Gerardo Morales.

Una cosa es la batalla cultural y otra muy distinta es correr tras el fuego con un bidón de nafta en la mano.

Según indica un número importante de especialistas en el tema, la sentencia es de imposible cumplimiento. Habrá, pues, no solo una apelación sino también una negociación ardua con el Fondo Burford. En última instancia, es lo que los acreedores buscaban. El foco de la atención estará puesto entonces en el daño político que, en tanto y en cuanto siga vigente, le producirá al Gobierno en su necesidad de generar confianza para atraer las inversiones que están lejos de satisfacer sus aspiraciones.

Al gobernador de la provincia de Buenos Aires tampoco le hizo gracia el timing político del fallo que lo convirtió en el blanco preferido de los críticos a muy poco de las elecciones. Caprichos del destino. El pasado que vuelve. Hablando de malas decisiones y complejidades de la historia, el caso YPF no es lo único que asoma –peligrosamente– en el espejo retrovisor. Los episodios de violencia política que se vivieron antes y luego de la ratificación de la condena a la expresidenta por parte de la Corte Suprema en la causa Vialidad comenzaron como aparentes hechos aislados que, a la luz de las pruebas, han dejado de serlo. Desde el ataque al canal Todo Noticias hasta las acciones repudiables en el frente de la casa del diputado Espert, pasando por las amenazas de la militancia K sobre “el kilombo que se va a armar” si tocan a Cristina, han ido in crescendo. La lectura más fácil –y parcial– sería señalar a los duros y fanáticos del kirchnerismo residual que, si bien tienen una cuota de responsabilidad mayor por sus constantes apelaciones y reivindicaciones a conceptos perimidos y de otras épocas como “la resistencia”, han encontrado un terreno fértil en las provocaciones sostenidas de una parte del oficialismo. Ni el presidente de la Nación ni el ejército de tuiteros que lo acompaña han tenido la más mínima intención de pacificar el país. Una cosa es la “batalla cultural” y otra muy distinta es correr tras el fuego con un bidón de nafta en la mano. También debemos hacernos cargo del rol de la sociedad civil en esta democracia crispada. En las elecciones presidenciales de 2023, la gran mayoría del país realizó un voto progrieta. ¿Había otro remedio? Difícil saberlo a estas alturas. El riesgo de una Argentina tan pendular que no reconoce en el otro un adversario con el cual confrontar democráticamente y convivir de manera pacífica está al rojo vivo. Desescalar esta concepción política es y será tarea de todos. Aún estamos a tiempo.

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