Hoy celebramos la solemnidad del Corpus Christi, el día del amor de Cristo entregado por todos nosotros y por nuestra salvación. Desde la orilla de la fe más ardiente, contemplamos hoy a Jesús, que se hace pan, se parte, se reparte y se comparte. Benedicto XVI nos dejó esta preciosa recomendación que nos viene como anillo al dedo, en el día del Corpus: «No se puede «comer» al Resucitado, presente en la forma del pan, como un simple trozo de pan. Comer este pan es comulgar, es entrar en comunión con la persona del Señor vivo. Esta comunión, este acto de «comer», es realmente un encuentro entre dos personas, es un dejarse penetrar por la vida de quien es el Señor, de quien es mi Creador y Redentor». La Eucaristía es la síntesis de toda la existencia de Jesús, que fue un solo acto de amor al Padre y a los hermanos. El riesgo siempre es el mismo: comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón sin preocuparnos de comulgar con los hermanos. Compartir el pan de la Eucaristía, e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro. La celebración de la Eucaristía en medio de esta sociedad golpeada por tremendas crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la Eucaristía está orientada a crear fraternidad. No podemos pedir al Padre el «pan nuestro de cada día» sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante las crisis. Por eso, con buen criterio, celebramos hoy el Día de la Caridad, con el lema: «Mientras haya personas, hay esperanza». En su Mensaje, la Subcomisión episcopal para la Acción Caritativa y Social, de la que forma parte nuestro obispo, don Jesús, denuncia la violencia que permea nuestro tiempo, no sólo en conflictos bélicos extremos, sino también en lacras cotidianas como la precariedad habitacional y la falta de oportunidades laborales». En este sentido, los obispos citan al papa León XIV: «En estas cuestiones es más importante saber acercarse que dar una respuesta apresurada», instando a adoptar una actitud de «peregrinos de esperanza». El Mensaje reafirma que el Corpus Christi es la fiesta del don que también llama a la acción: «Celebrar el día del Corpus es un signo profético de que la esperanza debe tener la última palabra, mientras haya personas que aman y que ayudan». También el papa León XIV, en su homilía de comienzo del ministerio petrino, nos ha dejado un encargo ineludible: «¡Esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio».
Un año más, la custodia de Arfe, labrada en 1518, recorrerá las calles de Córdoba, alfombradas de juncia, tomillo y romero, tras la solemne Eucaristía de la Catedral, como homenaje a la presencia real de Cristo en la Eucaristía y como invitación a participar también, además de en la «procesión eucarística», en la «procesión de los Cristos rotos», por el dolor, las enfermedades y las necesidades vitales, y en la «procesión de los Cristos vivos», la de los creyentes cristianos en sus tareas y afanes de cada jornada, haciendo verdad el verso de un obispo poeta: «Señor, comiéndote sabremos ser comida». Nuestro poeta Pablo García Baena, puso la palabra «Corpus», a uno de sus más bellos poemas, entrelazando el misterio con el paisaje: «Su nombre, Corpus, es fresco como la palabra «fuente», / oída entre sueños en una noche de calentura. / Recuerdo aquel aroma de hierbas pisadas, / los juncos perfumando las varas de los lábaros. / El altar, con las velas ardiendo al sol, / donde los Santos Mártires destiñen la sangre lívida de su cuello / bajo la espada cálida de la tarde. / Un éxtasis de incienso flota al compás de la música…».
*Sacerdote y periodista