Rim, aún asustada, lo vio todo. Vio cómo el 7 de marzo por la mañana, después de una noche entera de disparos y explosiones en las montañas de detrás del pueblo, unos hombres vestidos de militar y encapuchados llegaron a su barrio de Baniyas, un pueblo en la costa mediterránea Siria.
Vio, también, cómo entraron en su casa, y cómo, cuando se enteraron de que la suya era una familia alauí, se llevaron a su padre a la terraza para hacerle unas preguntas. Escuchó —eso no lo vio— cómo empezaron unos disparos y, entonces sí, al subir corriendo, vio con sus propios ojos cómo esos hombres que acababan de llegar ejecutaban a su padre, un hombre de 53 años.
«Los soldados nos dijeron que se lo merecían, que mi padre y los demás habían matado a sus compañeros. Pero no es verdad. En nuestro pueblo nadie estaba con las milicias levantadas. Mi padre era propietario de una tienda de alimentos. Nunca combatió. Nunca trabajó para el Gobierno anterior. Pero le mataron igual. Lo mataron delante de mí. Él y la mayoría de los hombres del pueblo están muertos», dice Rim, de 18 años, escondida hasta ahora en casa de un vecino del pueblo.
Fueron unos días de pesadilla, que empezaron el jueves 6 de marzo por la noche: en un ataque a gran escala, milicianos leales al anterior presidente sirio, Bashar el Asad —derrocado en diciembre tras 13 años de guerra civil—, emboscaron en varios puntos de la costa mediterránea siria a las fuerzas de seguridad de Damasco.
El Gobierno de Damasco mandó todos los refuerzos posibles, y desde ese jueves hasta el siguiente lunes, los combates en las regiones de Latakia y el Tartús fueron constantes. También lo ha sido la violencia y los asesinatos contra la población civil alauí, la minoría musulmana mayoritaria en la región, de la que proviene la familia Asad. Una parte de la mayoría suní de Siria acusa a esta minoría, en la que los Asad se apoyaron durante sus más de cinco décadas en el poder, de los crímenes, torturas, asesinatos y violaciones de los derechos humanos cometidos por Hafez y Bashar el Asad, padre e hijo. Gran parte de los altos cargos y oficiales de los Asad provenían de esta minoría.
«Pero nosotros no hicimos nada. Muchos de los asesinados en el pueblo nunca estuvieron en el Ejército, y los que lo estuvieron iban obligados. Los soldados que vinieron el viernes iban casa por casa, preguntando si los que vivíamos allí eramos sunís o alauís. Se llevaron a todos los hombres alauís; los mataron. Tenemos mucho miedo», continúa Rim, a través del teléfono.
¿Civiles o combatientes?
Las cifras asustan, y el episodio ha sido uno de los más violentos de la guerra civil, en la que Asad bombardeó y tuvo como objetivo sistemáticamente a su propia población civil.
Así, desde el jueves, 961 personas murieron en la costa mediterránea de Siria, según datos verificados por la Red Siria de Derechos Humanos (RSDH). De los muertos, según esta organización, 754 eran supuestos civiles: 225 fueron asesinados por los milicianos leales a Asad y 529 por soldados y milicianos leales al Gobierno de Damasco. La RSDH, sin embargo, avisa que algunos de estos civiles muertos —una minoría— eran posiblemente milicianos sublevados vestidos de civil y escondidos en los pueblos de la región. Su presunto asesinato y ejecución sumaria, aún con todo, son considerados igualmente un crimen de guerra según la Convención de Ginebra.
«Tengo mucho miedo. Mucho miedo. No quiero volver a casa. Soy un hombre. Tengo 16 años. Han matado a dos de mis primos», explica Hakim, un joven alauí que ha pasado estos días durmiendo en un bosque cercano a su pueblo de Sharrifa, en la provincia de Latakia. El chico, junto con su familia, pudo escapar porque un familiar, en el pueblo del lado, avisó en la noche del jueves de que hombres armados se dirigían a su localidad. Ahora, una semana después del suceso, está en la ciudad de Latakia, más segura que las zonas rurales.
«En nuestro pueblo no solo mataron a hombres. Mataron a tres mujeres, y a un amigo, de 17 años. No quiero volver. Mi padre ha podido hablar con gente en Sharrifa, y dicen que la situación está más tranquila ahora, y que las fuerzas de seguridad han puesto un control en la entrada. Pero, ¿y si pasa de nuevo? ¿Y si nos atacan de nuevo? Tenemos mucho miedo», continúa Tayyib.
Promesas y persecuciones
El Gobierno de Damasco, presidido por el antiguo líder de la milicia rebelde Hayat Tahrir al Sham (HTS), Ahmed al Sharaa, ha prometido que la violencia se va a terminar, y que los culpables de los asesinatos y venganzas contra la población alauí serán perseguidos y castigados. Algunos soldados —varios de los que se grabaron a ellos mismos, caras al descubierto, matando civiles arrodillados— han sido ya detenidos.
Pero persisten las dudas sobre si Damasco, cuyo Ejército es aún una amalgama dividida de facciones y grupos armados sin una jerarquía establecida, castigará a los culpables.
«Quiero creer a Al Sharaa, pero no sabemos nada de qué va a pasar —dice Rim, con su padre recién enterrado—. Porque no sabemos quiénes fueron los que lo hicieron todo, de qué grupo exacto, sus identidades. Iban todos con pasamontañas. Pero los que gobiernan deben saberlo, tienen que saberlo. Quiero creer que les castigarán, pero no lo tengo claro. Aún es todo muy reciente».