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Hace cinco años

Hace cinco años perdimos la inocencia. No se trata tan sólo del impacto del Estado de Alarma y lo que sucedió, sino también de un daño que fue más interior, una especie de íntimo desgarro de lo que habíamos sido. Hace cinco descubrimos las personas en las que podíamos confiar y también las personas en las que ya no podríamos confiar nunca. Quizá lo sabíamos, aunque no queríamos admitirlo. Porque quizá esperábamos, con ingenuidad, que en una situación mundial de crisis íbamos a mostrar la mejor cara, una alianza con el pasado que habíamos sido o una suerte de última lealtad; pero el Estado de Alarma arrojó una luz brutal sobre la vida o, evocando el título de la excelente novela de Ana Merino, sobre nuestro personal mapa de los afectos. Hubo mapas que estaban ya quebrados, o deteriorados, y esos días fueron rasgados para siempre. Hubo mapas, en cambio, con los que no contábamos, y que se revelaron con una plenitud de entrega limpia, de honradez sin mancha, de humanidad honda y verdadera en las condiciones más difíciles. Y hubo también rutas de afectos ya conocidas que pudimos seguir transitando sin temor; porque entonces, desde la prudencia, había que perderle cierto miedo al miedo, para poder vivir.

Escribirlo ahora puede parecer melodramático, pero hay que recordar cómo se sucedieron aquellos días de marzo de hace cinco años. Los que sobrevivimos, quienes lo podemos recordar, de alguna manera volvimos a nacer esas semanas. Porque tras esas escenas, todo lo que dejamos, todo aquello de lo que fuimos forzados a desprendernos, nos hizo sentirnos más ligeros y más afirmados en nosotros mismos. Esos días padecimos muchas roturas, unas más visibles y otras interiores. Y fueron muchas las puertas que se cerraron, aunque también muchas las puertas que se abrieron. Justo en esos momentos, tras cruzar esos umbrales nobles y buenos, empezamos a recuperarnos a nosotros mismos.

Cinco años después, seguimos sin saber la identidad de los miembros del comité de expertos y parece que sólo hubo muertos en las residencias de Madrid, porque en el resto de España no había residencias y tampoco hubo muertos. No hemos sido capaces de crear un relato porque, para ceder a la media verdad o al engaño, es imprescindible estar dispuesto a mentir. Más allá de la algarada pública y la pelea de datos, está la narración personal: y uno recuerda bien las puertas que se cerraron y las que se abrieron, porque entre tanta incertidumbre y pánico, esa certeza fue un madero en el océano. Lo evoco cinco años después porque así se construye una resurrección: aprendiendo con quién puedes contar, y escribiendo a partir de su voz y sus ojos una versión mejor de tu retrato para los días futuros.

*Escritor

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