El cielo nocturno ha cambiado para siempre. Durante siglos, la humanidad ha escudriñado el firmamento en busca de respuestas sobre el cosmos. Aunque las preguntas siguen abiertas, lo que brilla ahí arriba ya no son solo estrellas, sino también decenas de miles de satélites artificiales como los de Starlink, de Elon Musk, que están colonizando la bóveda celeste. Su frenética expansión está impulsando la conectividad global, pero también abre la puerta a problemas.
En 2019, SpaceX, la exitosa empresa aeroespacial comandada por el magnate tecnológico, activó Starlink, un ambicioso proyecto cuya misión es llevar internet de banda ancha a prácticamente todos los rincones del planeta. Fue entonces cuando puso en órbita sus primeros 60 satélites, cada uno de 227 kilos. «Será como conectar un cable al cielo, un nuevo enchufe», vaticinó dos años después en una conferencia telemática durante el Mobile World Congress (MWC), que se vuelve a celebrarse a partir del lunes en Barcelona.
Entonces, su objetivo parecía una ensoñación lejana, pero, seis años después, el proyecto cuenta con una flota de 7.052 satélites activos, según los datos recopilados por el astrónomo Jonathan McDowell en su página web. Pero Musk quiere más. El hombre más rico del mundo ya ha solicitado autorización para que su red satelital supere los 42.000 en los próximos años.
Conectividad global
Starlink está logrando su cometido. Su vasto enjambre de cuerpos metálicos equipados con antenas y paneles solares se ha convertido, a menudo, en la única forma de acceder a internet en zonas de guerra, lugares afectados por catástrofes naturales y áreas remotas en las que no llegan ni los cables submarinos de fibra óptica, ni las torres de telecomunicaciones ni las antenas de wi-fi. Sus servicios, en algunos casos más baratos que los de los proveedores tradicionales, están disponibles en más de un centenar de países, según sus propios datos, la mayoría de ellos en América del Norte, Europa y Latinoamérica. Con esa estrategia, Musk y su equipo están logrando expandir la conectividad a la red también en África.
Ese éxito es posible porque, a diferencia de los primeros satélites que daban acceso a internet, los de Starlink no están a más de 30.000 kilómetros de la superficie planetaria, sino a un máximo de 2.000. Esos sofisticados artilugios ‘habitan’ la órbita terrestre baja —igual que la Estación Espacial Internacional o el telescopio espacial Hubble—, una distancia que permite reducir la latencia, el tiempo que tarda una señal en enviarse y devolverse, y ampliar la red a un coste más bajo. Otros operadores globales como Amazon, Telesat o OneWeb —pero también compañías emergentes como la catalana Sateliot— han seguido los mismos pasos y han lanzado sus propias constelaciones satelitales.
Acumulación de poder
A pesar de esos logros, la creciente influencia de Starlink despierta la preocupación de todo tipo de expertos. Por un lado, ese recelo se debe a la acumulación de poder de Musk, reconvertido en mano derecha del presidente estadounidense, Donald Trump. Más de la mitad de los satélites de baja órbita que conectan el planeta a la red son propiedad de SpaceX, un férreo control que, en manos de un personaje tan imprevisible como el empresario, ya ha causado varias polémicas. En 2023, la biografía autorizada de Musk desveló que impidió que Ucrania usase los servicios de Starlink para torpedear la flota naval de Rusia en Crimea, indignando así a Kiev.
Expandir la conectividad global también tiene su cara oscura. Una investigación la revista ‘Wired’ destapó el jueves que la compañía proporciona internet a grupos criminales en Myanmar que esclavizan a decenas de miles de personas para obligarlas a perpetrar estafas telefónicas alrededor del mundo y que ha ignorado las peticiones de una fiscal estadounidense para bloquear su acceso a la red.
Problemas para la astronomía
Starlink es un claro éxito comercial, pero también un problema para la astronomía. La comunidad científica denuncia desde hace años que los satélites desplegados por esta y otras compañías —que a finales de esta década alcanzará el medio millón de aparatos— perjudican no solo las observaciones del cosmos desde la Tierra sino también las de los telescopios espaciales. En 2021, el 5,9% de las imágenes captadas por el Hubble estaban dañadas por la luz que reflejan desde la baja órbita, según un estudio. Desde entonces, la población de satélites solo de Starlink se ha disparado un 271%. Para más inri, también emiten ondas de radio cuyo «ruido» amenaza con deteriorar la captación de sonidos del espacio exterior y las previsiones meteorológicas. Al ritmo actual, es posible que en la próxima década veamos más satélites que estrellas.